diariolaquinta.cl 

03/10/2023 

  

Como habitante de Santiago, este artículo podría ser considerado de un modo centralista porque se sitúa en la capital, sin embargo, en cuanto a edificios históricos, Valparaíso viene a constituir el horizonte deseado respecto a la belleza urbana, a la arquitectura académica, a la cantidad de casas y de casonas (también palacetes) que representan la sociedad burguesa que existió en Chile, debido a la era del salitre –e incluso se pueden encontrar inmuebles más antiguos. No obstante, tanto en Valparaíso como en Santiago, las construcciones del siglo XIX (y principios del siglo XX) se caen a pedazos: caen los trozos de una historia, de un patrimonio, de una memoria. Y en los espacios que deja este resquebrajamiento social y arquitectónico, la autoridad no realiza las gestiones patrimoniales, además, permite que las inmobiliarias sostengan su boom para fabricar unos edificios de departamentos, en los cuales se vive en la falsedad neoliberal, ya que conforman unas maneras de vivir determinadas desde arriba –por la preeminencia del financiamiento bancario, por la publicidad sobre un estilo de vida, por el consumo de edificios con áreas comunes y con piscina, entre otros factores: son artificiales experiencias de existir.   

Las autoridades metropolitanas de Santiago han puesto en marcha el llamado plan de recuperación del eje Alameda, avenida principal que sufrió daños por el mal llamado “estallido social”. Básicamente, se trata del arreglo de fachadas y de la pintura de estas, las que están colmadas de grafitis. Pero este plan no incluye la recuperación de dos expresiones históricas que se han dejado desnudas y desprotegidas –la casa pequeñoburguesa y el palacio de la alta burguesía–, entonces, la combinación entre la política de las empresas inmobiliarias y la obsolescencia de los materiales constructivos, podrá tener un trayecto bastante anhelado: presto para ingresar en la máquina de un boom sin carácter estético ni identidad histórica.  

Se trata de la explotación de la arquitectura, bajo las directrices de los grandes capitales inmobiliarios. Cuando ya no quede rastro de la ciudad anterior a esta, se habitará una ciudad sin ciudad, vale decir, sin memoria, porque la memoria colectiva necesita también de la materia para imaginar la vida del pasado. Según Gaston Bachelard, en la infancia se tienen experiencias con los elementos que se hallan alrededor del niño y de la niña: este juego permite que en la etapa adulta se posea un imaginario, que se movilicen las imágenes (visuales y literarias), que no se pierda la capacidad de poetizar[1]. Así mismo ocurre con el patrimonio: verlo y tocarlo posibilita el imaginario sobre aquellas formas de vida ancladas en el tiempo histórico.  

Si planteo una estratificación social (muy simple) para diferenciar la sociedad burguesa de la ciudad de Santiago, en términos de la habitabilidad según la pertenencia socioeconómica:  

1.- Los proletarios y las proletarias, también los pobres y las pobres, vivían, en un primer momento, en rancheríos precarios que, principalmente, se aglutinaban en La Chimba (en el norte de Santiago, cruzando el río Mapocho) y, luego, en los famosos conventillos, lugares insalubres y de alto hacinamiento, que constituían una salida habitacional de materiales durables –poco y nada sobrevivió a esta forma de vida de las capas bajas, algunos cités perduraron en el tiempo, pero estos no conformaban los conventillos que sucumbieron a la policía sanitaria y a las políticas del asistencialismo.  

2.- En el segmento pequeñoburgués la forma de habitar se concentraba en la casa de fachada continua. Eran casas muy amplias o, mejor dicho, muy largas hacia el fondo. Una familia pequeñoburguesa podía vivir cómodamente en ella: grupos sociales que a causa de su participación en el capital comercial tuvieron el acceso a lo que llamo la mercancía pequeñoburguesa, es decir, objetos modernos que, por cierto, eran objetos primorosos, no eran mercancías estandarizadas porque integraban el diseño de arte en su faceta externa[2].  

3.- El palacio y el palacete eran los modos de vida de la alta burguesía, se trataba de imponentes espacios lujosos, en donde habitaba la familia y la servidumbre. Se trataba de palacios diseñados por arquitectos chilenos formados en Europa o por arquitectos europeos, los que se guiaban por una arquitectura académica que concebía unas ideas siempre disímiles, con el afán de que los palacetes fueran obras únicas. Eran lugares de conspicua manera de existir socialmente, cada vez más alejadas, estas capas altas, del resto de la sociedad. Ahora bien, una sociedad burguesa implicó el auge del capitalismo periférico, el cual traspasó los intercambios sociales, y aquel capitalismo se basaba en la riqueza minera del norte del país.  

La labor del arquitecto en la sociedad burguesa era discriminatoria. Eran tiempos pretéritos, otras lógicas, sensibilidades ásperas y castigadoras, pero no por ello se puede efectuar la negación de ese pasado histórico: el patrimonio es un derecho de la población y es una obligación del Estado. No obstante, la ciudad sin ciudad pareciese que está ad-portas. En cualquier caso, la arquitectura no es solo un espacio construido, sino que es también un conjunto de signos en el proyecto arquitectónico y es la capacidad constructiva lo que pone en obra un “hábitat”, sin embargo, dicho hábitat se transforma en un lugar social cuando es habitado: doble movimiento de la construcción y de la lugarización, del signo encarnado en materia y sentido. ¿Por qué las autoridades pasan por alto el hecho de que una verdadera ciudad debe tener estética y poética, vale decir, una belleza auténtica?  

[1] Gaston Bachelard, El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia (1942).  

[2] Fernando Franulic, “Las escisiones de la mercancía: sobre el signo objetual en el Chile contemporáneo”, Entre el espesor histórico, la liberalización de la mirada masculina (2022).