La revuelta social que se inició el año 2019, aún no ha terminado. Falta, qué duda cabe, conocer específicamente la cantidad de personas atropelladas en su dignidad, a pesar de las largas luchas por la ciudad y por la magia de esa plaza con un monumento de estética enjuta, la que fue rebautizada para que, al fin, se transformase el núcleo clasista que sostiene la famosa división “plaza Italia para arriba y plaza Italia para abajo”. Ahora bien, la contradicción social, con su respectiva praxis, no ha finalizado en la periferia pobre de Santiago de Chile. En este texto quiero plantear una perspectiva sociológica sobre las razones del fracaso de esta oleada de rebelión social.
El castigo físico y la percepción social
El castigo físico es la base de la pirámide: está presente en la estratificación social, tal y como la conocemos hoy en día, pero, también, en el sentido de la conformación aritmética de los imperios, que construían sus monumentos de un modo sumatorio, capa tras capa, sedimento tras sedimento –al menos así lo señalan Deleuze y Guattari sobre el mundo antiguo. Chile no es una configuración imperial, es decir, ni un Estado de cuño imperialista en la actualidad –aunque en su pasado fue colonialista respecto a los pueblos originarios (y lo sigue siendo), no obstante, no forja un imperio sumando otros países– ni un Estado con una historia anclada en la Antigüedad, sin embargo, su comportamiento político se manifiesta como si fuese un imperio.
La sociedad chilena posee, claramente, una tradición de brutalidad en el trato a la población disidente. Así, desde sus orígenes republicanos el famoso “ojo por ojo, diente por diente” se trasladó hacia la típica expresión de Diego Portales: palo y bizcocho. Ahora bien, si observamos la represión policial durante la revuelta social, ha existido en la dinámica sociopolítica, particular de la historia de Chile, una violencia que solamente fue física –no se incluyó el “bizcocho”–, lo que implicó, en su mismo descontrol, en el absoluto del absurdo, que las y los ejecutores produjesen una política del descaro, la que pocas veces se ha visto en la ya acomodaticia forma de gobierno de las y de los conservadores.
Esta política represiva consistió en la irrefrenable golpiza a las y los rebelados y la asquerosa utilización de gases tóxicos, para finalmente practicar un castigo (según ellos) ejemplar, con esto me refiero a dejar a las y los rebeldes decididos en alcanzar un poco de dignidad dentro de las pésimas condiciones neoliberales e hipermodernas: dejar a las personas con ceguera parcial o total.
Cuando en la comunidad societaria alguno de sus miembros pierde la percepción social (es decir, pierde la visión en este caso), todas las categorías sociales se modifican, puesto que hoy en día los y las individuos sin ojos (sin toda su percepción subjetiva) constituyen un nuevo segmento de la clasificación social. Y en todo este proceso, también el gobierno desproporcionó su percepción geopolítica: ¿nadie en el globo iría a percibir tal atrocidad? ¿O todos los gobiernos del mundo son igualmente atroces? Por otro lado: ¿cuántos han sido los apremiados de la última revuelta? ¿Cuántos han quedados parcial o totalmente ciegos? En este sentido, el Estado chileno cree ser un gran imperio, pero sin aritmética de las capas, ya
que no sabe ni sumar ni restar sus propios castigos, para así mantener la pirámide social –una jerarquía social basada en la represión de cualquier intento de transformación social y cultural.
Principios fraudulentos de la sociedad civil
Desde los organismos internacionales, pasando por la academia, ha surgido el discursillo aquel, el discursillo famoso que está en la boca de intelectuales de las ciencias sociales, la sociedad civil. ¿Qué significa este término tan usado actualmente por la renovación socialista? Muchas dudas causan la psicología de dicho concepto, siguiendo las ideas Gaston Bachelard: un concepto es un momento en la evolución del pensamiento simbólico. No obstante, el concepto de “sociedad civil” es una involución en el pensamiento simbólico y, específicamente, en la sociología de los símbolos, puesto que, dentro de la historia de las ciencias sociales, la noción de sociedad civil representa algo inexistente en la sociedad: es una parte descontextualizada de la obra de Hegel. Es decir, es un artificio conceptual que está basado en un idealismo sin sentido y sin coherencia. La misma sociología del símbolo postula que la trascendencia de lo absoluto –que buscaba la dialéctica de Hegel– no logra conciliar con la problemática basal de las ciencias sociales entre acción y estructura.
En plena expansión del capitalismo desregulado y expoliador, también llamado sociedad postindustrial, cómo puede ser posible que exista un proceso civilizatorio en dicho contexto: crueldad es poco lo que sucede en las vísceras del neoliberalismo, y nada de civilidad. Por ende, es un concepto que no sirve para explicar la revuelta, y aquello habla de que la psicología de las y de los “expertos” es la psicología de una contextualización fraudulenta y totalmente cómplice de la represión.
El simulacro político
El simulacro puede ser comprendido de dos formas: como carnaval, como mascarada, simulacro en el sentido de diversión –que me parece era la sociedad utópica final que buscaban las y los rebeldes. Por otro lado, el simulacro tiene su sombra: implica, en este sentido, la trampa, la bajeza, la hipocresía. El simulacro político a que me refiero es el pacto político para redactar una nueva Constitución: un acuerdo a espaldas de la protesta social, entre paredes ignotas, es decir, entre las bambalinas de la violencia simbólica. Por tanto, nuevamente la historia social de Chile queda atrapada en la historia de los representantes de la clase dominante, y todo parece indicar que quedaremos atrapados en el corrupto “espíritu de la ley” y sus consecuentes comisiones mixtas.
