Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso
13/02/2022
El dicho sin duda dice que todo se arregla menos la muerte. Masacre más masacre, genocidio tras genocidio, la historia reciente de Chile testimonia aquello. En este sentido, me refiero al llamado, por los medios de comunicación social, estallido social. Después de pasado un año de dichos levantamientos populares y, también, ya instalada la “convención constituyente”, nadie sabe del paradero de esos ciudadanos. Me parece paradójico y, por cierto, sospechoso. ¿Están vivos? ¿Y, por ende, todo es un montaje? En el caso contrario: ¿en qué cárceles se hallan? ¿Cuál es su estado de salud? ¿Han sido objeto de apremios ilegítimos?
En la Edad Media, los teólogos y los juristas establecieron que los pobres, en casos de extrema necesidad, es decir, cuando estaba en peligro su existencia material, podían robar. Sin embargo, los Papas y la curia romana decidieron –en esta discusión que se remonta a las sociedades occidentales bajo medievales– que los pobres podían acudir, como solución intermedia, a elevar súplicas a los Prelados Superiores. No obstante, la noción de “suplicar” se fue perdiendo en las sociedades capitalistas, puesto que emerge la lucha de por los derechos civiles, sociales, culturales y económicos.
Ya no se suplica nada, hoy en día se exige con medidas de presión social, la revuelta social del año 2020 estuvo marcada por una sangrienta represión policial y de otros sectores sociales derechistas. Y, finalmente, triunfó el cinismo de un acuerdo cerrado –y amarrado por la izquierda renovada– sobre cambiar la constitución de la República de Chile. En este sentido y por añadidura, resurgió de forma frenética la sociedad del consumo.
En este contexto, las observaciones libres que he efectuado en diferentes comunas del Gran Santiago me han llevado a dos regularidades:
1.- Los malos tratos que los consumidores realizan en relación con los vendedores y los promotores tanto en las grandes tiendas como en los almacenes.
2.- La práctica del no pagar los artículos en cadenas pequeñas de comercio o en los almacenes barriales.
Entonces, me atrevo a decir que las formas sociales resultantes del genocidio rebelde (pues doy por hecho que fueron ejecutados) se pueden aglutinar bajo el concepto de una política del descaro grosero: donde vuelve el consumo, pero sin el dinero, únicamente para sobre – vigilar groseramente que la colectividad sigue siendo consumista, a saber: práctica similar a comer los restos del enemigo social.