“Cuídate”

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

09/02/2022 

El sociolecto chileno más extendido, dentro del margen de las buenas maneras, es –al despedirse en un intercambio social– la emisión del “cuídate”. Indico esto sobre todo porque la fragmentación capitalista de los sociolectos hace que esta expresión sea la más frecuente, la más universal, la más típica: sería entonces el tipo ideal dentro de los campos semánticos destruidos por la pobreza estructural o los bolsones de pobreza, provenientes de la condición periférica, acentuada por el neomarginalismo, sumado al conservatismo eclesial, en suma, lo que se llama el modelo neoliberal. 

Desde el punto de vista microsociológico, he detectado que dicha expresión reiterada y perfectamente simbólica, en el sentido, de que expresa los elementos característicos de la sociabilidad chilena, es decir, la que nace con el siglo XX y sus vanguardias socioculturales, primero, dejó de usarse por un lapso considerable de tiempo, pero, segundo, ha vuelto, con toda su fuerza sígnica, a utilizarse en la historia subterránea del español de Chile. en este sentid, tengo dos hipótesis de semántica política (por decirlo de alguna forma): 

1.- Producto de la larga y cruenta Guerra de Arauco (siglos XVI, XVII, XVIII, XIX, XX y XXI). 

2.- Producto de la larga y sangrienta dictadura cívico-militar (1973 – 1989). 

Ahora bien, me parece acertado concluir que el uso de ese vocablo, que constituye el tipo ideal más claro de la semántica política, proviene de la dictadura que se inició en 1973. Cuidarse configuraba para los otros significativos, una muestra de cariño mínima ante la violencia degenerada, cuando no se sabía si aquel ser querido seguiría con vida. Mas, la fuerza de aquella breve expresión en la voz de los ochenta era, también, un epíteto, casi una alocución completa de las bases colectivas que, más allá de la presión brutal, luchaban con la piedra del poder, el poder de la piedra, cuando la dignidad era cuidarse en una gran ola de cadenas de cadenas de cadenas de la colectividad de la furia y la vehemencia tanto de ricos y de pobres. En los ochenta, a diferencia de los setenta, “cuidarse” era el remolino de amar, vale decir, dar la vida y aún así seguir bregando por la libertad. 

Y estoy seguro de que esta expresión ha vuelto y re-vuelto por el gabinete del presidente “Nuevo”. 

 

¿Todo se arregla en la vida, menos la plata?

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

13/02/2022 

El dicho sin duda dice que todo se arregla menos la muerte. Masacre más masacre, genocidio tras genocidio, la historia reciente de Chile testimonia aquello. En este sentido, me refiero al llamado, por los medios de comunicación social, estallido social. Después de pasado un año de dichos levantamientos populares y, también, ya instalada la “convención constituyente”, nadie sabe del paradero de esos ciudadanos. Me parece paradójico y, por cierto, sospechoso. ¿Están vivos? ¿Y, por ende, todo es un montaje? En el caso contrario: ¿en qué cárceles se hallan? ¿Cuál es su estado de salud? ¿Han sido objeto de apremios ilegítimos? 

En la Edad Media, los teólogos y los juristas establecieron que los pobres, en casos de extrema necesidad, es decir, cuando estaba en peligro su existencia material, podían robar. Sin embargo, los Papas y la curia romana decidieron –en esta discusión que se remonta a las sociedades occidentales bajo medievales– que los pobres podían acudir, como solución intermedia, a elevar súplicas a los Prelados Superiores. No obstante, la noción de “suplicar” se fue perdiendo en las sociedades capitalistas, puesto que emerge la lucha de por los derechos civiles, sociales, culturales y económicos. 

Ya no se suplica nada, hoy en día se exige con medidas de presión social, la revuelta social del año 2020 estuvo marcada por una sangrienta represión policial y de otros sectores sociales derechistas. Y, finalmente, triunfó el cinismo de un acuerdo cerrado –y amarrado por la izquierda renovada– sobre cambiar la constitución de la República de Chile. En este sentido y por añadidura, resurgió de forma frenética la sociedad del consumo. 

En este contexto, las observaciones libres que he efectuado en diferentes comunas del Gran Santiago me han llevado a dos regularidades: 

1.- Los malos tratos que los consumidores realizan en relación con los vendedores y los promotores tanto en las grandes tiendas como en los almacenes. 

2.- La práctica del no pagar los artículos en cadenas pequeñas de comercio o en los almacenes barriales. 

Entonces, me atrevo a decir que las formas sociales resultantes del genocidio rebelde (pues doy por hecho que fueron ejecutados) se pueden aglutinar bajo el concepto de una política del descaro grosero: donde vuelve el consumo, pero sin el dinero, únicamente para sobre – vigilar groseramente que la colectividad sigue siendo consumista, a saber: práctica similar a comer los restos del enemigo social. 

 

Peor que cántaro de greda

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

05/09/2020 

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¿Por qué la comida tiene que estar presente en los formatos actuales de docu-reality? Creo que fundamentalmente este tipo de formato exagera la alimentación para promover el turismo. Evidentemente, casi todos los docu-reality tratan de blanquear la imagen de Chile hacia los países desarrollados. ¿En qué sentido es necesario blanquear la imagen de Chile en el concierto de las naciones? 

La lógica de los docu-reality, aparte de su razón instrumental en aras de su acceso al “primer mundo”, se basa en la instalación de la sociedad del espectáculo en los, se podría decir, sectores rurales, produciendo tres procesos que se unen para el usufructo de aquellas realidades sociales. 

Primero: la ocupación arbitraria de la ruralidad, es decir, instalar el equipamiento televisivo sin considerar la opinión de los habitantes del lugar. Segundo, en este contexto de ocupación emergen preguntas sobre esta vida rural, pero se trata de cuestionarios sin ‘lesemas’, vale decir, sin un verdadero propósito de comprender la unidad cultural que está invocada. Y tercero, claramente se produce una folklorización obligatoria de la “realidad campesina”. 

En este sentido, la comida es central porque, entre tanta zona de sacrificio ambiental y el prácticamente barrido de la flora y la fauna endógenas de Chile, blanquea la depredación y, entonces, emerge la comida y la ruralidad como sustituto. Aparte de uno o dos parques nacionales que subsisten de forma organizada y, por cierto, de una sociedad totalmente escindida por la lucha social, este formato de programas plantea una división esencial: el sujeto espectaculador prueba “delicias” naturales entre tanta materia prima pútrida y, a la vez, invita al sujeto espectacular (blanco y occidental) a venir a Chile a practicar el turismo rural, la última piedra preciosa del neoliberalismo chileno. 

 

Fanfarria por una aldea mediatizada

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

13/02/2022 

TV DE VERDAD  

El antiguo lema de Chilevisión, antes de que formase parte del grupo Times Warner, era TV de verdad: ¿de este enunciado cuántas connotaciones se configuran? La primera, que podría ser la propia denotación, se refiere a que es un canal que vela por los intereses del gran público. Y la segunda, se trataría de la noción de que la televisión “te ve de verdad”, es decir, que la televisión te mira en el espacio de lo privado. Sin embargo, esta segunda acepción es claramente delirante, no solo por la aberración histórica de tal situación social, sino también en razón de las condiciones objetivas del desarrollo de la ciencia y la tecnología, como plantea el primer Habermas. 

VIDAS ESTELARES 

Siguiendo con la perspectiva de Habermas, en este caso el segundo, vale decir, después de su giro lingüístico, es posible apreciar que en la televisión chilena no se dan ninguna de las pretensiones de validez, salvo la inteligibilidad. Los matinales constituyen una serie de afirmaciones que no poseen ni rectitud ni veracidad ni verdad. En este sentido, nunca se pasa al argumento discursivo. 

Así, se constituye la farándula, sin argumentos, solamente como un largo enunciado sobre las propiedades, los viajes, las fiestas y los lujos de las figuras centrales de la televisión local. En otro texto de mi autoría (Crítica de la razón periodística), próximo a ser publicado, planteo que las clases proletarias intentan emular aquellas vidas estelares. 

En cambio, actualmente, pienso que las clases proletarias y subproletarias no se dejan engañar: ven la televisión de manera crítica, buscando quizá una respuesta nunca dada ni nunca planteada. Buscando, por ende, la justicia que nunca llega, la cual es escondida bajo la mercancía espectacular: el chisme y la palabrería de los opinólogos y los rostros del negocio televisivo. En el contexto actual, es la justicia para los que perdieron (parcial o totalmente) la visión y los muertos en la reciente y siempre quemante revuelta social. Y en la mediana duración: la justicia para los detenidos desaparecidos que dejó la dictadura chilena. 

Por tanto, existe una posibilidad nula de que la gente le compre al medio televisivo: se lo considera un “controlador” que emite textos y signos visuales para fidelizar un público mercantilizado, pero sobre todo nadie ya desea emular las vidas estelares, porque está claro de que se trata de vidas sin sentido –a pesar de la riqueza. 

CLASE POLÍTICA Y CLASE TELEVISIVA 

A veces pareciera que es más importante lo que dicen diputados y ministros en los programas de televisión que en sus respectivos campos de acción política. Y cuando se vulgariza el discurso político, se atenta en quienes recae la soberanía en una democracia liberal. Entonces, estamos en presencia de la quiebra del Estado moderno, por tanto, la continuidad del Estado mismo está en juego y, de este modo, o surge la anomia o, lisa y llanamente, la revolución social. Creo que seguir ahondando en este punto sería tropezar, una y mil veces, con la frase de Los Prisioneros: ¿Quién mató a Marilyn? La prensa fue o la radio tal vez. 

 

 

¿Una nueva normalidad? La mutación viral y la mutación social

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

19/05/2020 

El postulado de la normalidad ha sido en el último tiempo invocado por los medios televisivos de dos formas diferentes: primero, en el contexto de la revuelta social que se inició en octubre de 2019, se señalaba que una parte de la población deseaba volver a la normalidad y en el marco de esta vida “normal” iniciar un diálogo social que permitiera consensuar una salida a la crisis; y segundo, actualmente se habla de que la gente, en el presente cuadro epidemiológico, se debe acostumbrar a una nueva normalidad, puesto que el virus de la pandemia va estar presente en la sociedad por un tiempo amplio, hasta que se descubra un tratamiento eficaz o una vacuna –lo que incidirá, sin duda, en millonarias ganancias para la industria farmacéutica. 

En otro artículo (“La distancia incivilizada. Sobre una pandemia capitalista y ciudadana”) que publiqué en el diario electrónico La Quinta de Valparaíso expresaba una serie de hipótesis sobre la epidemia global de Covid-19. Quisiera en esta oportunidad recoger algunas de aquellas reflexiones para profundizarlas y, además, incluir nuevas discusiones sobre la relación entre la pandemia y la sociedad. Relaciones que indudablemente se están produciendo y que constituyen ciertos marcos de variados cambios sociales. 

Desde una perspectiva sociológica, la génesis del virus está en el capitalismo desregulado y transnacional, quizá no de una manera intencional, pero sí en términos de que la circulación acelerada de bienes y personas, además de la masiva industria alimentaria y agropecuaria, generan las condiciones para la mutación génica de diferentes virus. 

Un virus es un microorganismo que contiene material genético dentro de un envoltorio proteico, el cual produce diferentes enfermedades al introducirse como parásito en las células de otros organismos con el objetivo de reproducirse en ellas. En este principio del siglo XXI la aparición de diversos virus ha marcado el ámbito de la investigación en biología molecular y en inmunología, siguiendo un derrotero de mejoramiento de la salud pública. 

Los virus del siglo XXI han conformado un duro golpe para los países desarrollados (donde en varios de ellos los neonatos no son vacunados), pues se pensaba que ciertas enfermedades habían desaparecido, no obstante, estas han resurgido. A esta situación sanitaria se deben agregar las epidemias propias de nuestro tiempo: gripe aviar, gripe porcina, influenzas, ébola, virus zika, entre otras que ya no solo competen a los países centrales, sino que también a los países periféricos. 

Pero no cabe duda que ha sido el VIH uno de los eventos mayores en la historia de la salud humana: un virus lleno de incógnitas y misterios que atacaba a las minorías sexuales y a los afrodescendientes, que prontamente se mundializó y comenzó a atacar al resto de la población. Con la pandemia del nuevo coronavirus también somos testigos de un evento central e inusitado en la historia de la salud y la enfermedad. 

En un alto grado la actual epidemia se ha vuelto mundial por la industria del turismo y por las conexiones intercontinentales gracias a los vuelos low cost. Por otro lado, la producción agroalimentaria emerge, a causa de la sobrepoblación, como un sector económico de grandes ganancias y, a la vez, de prácticas sumamente contrarias a la ética y a la “naturaleza”, en este sentido, los animales padecen una modificación orgánica por las condiciones de crianza industrial, lo que posiblemente incide en el nivel celular y molecular de sus cuerpos, siendo de este modo un campo propicio para la mutación viral. 

En este contexto, la ciudadanía es la que tiene que asumir los costos materiales y simbólicos de una crisis sanitaria que no ha creado, en la sociedad civil recae la responsabilidad social de mantener una cultura de la profilaxis: barreras que permitan bajar los riesgos de contagio, justamente en un virus que posee un alto grado de contagiosidad. 

Una vez más es el ciudadano de a pie quien debe sufrir las consecuencias de una problemática tan grave, en el sentido de una enfermedad potencialmente mortal, lo que remite no solo a las condiciones propiciadoras enunciadas en los párrafos anteriores, sino también a que las disciplinas biomédicas, pese a su avance, no comprenden aún muchos de los procesos que están implicados en el desenvolvimiento de los virus. 

Como siempre ha sido, la forma de generar nuevos conocimientos sobre los virus está en el lecho del enfermo, es decir, se aprende bastante gracias a los problemas de salud de la ciudadanía. Pero, ¿podría ser de otro modo? ¿De qué manera establecer nuevos conocimientos en las ciencias biomédicas si no es a partir de la observación de la enfermedad? El mejoramiento de la salud pública ha resultado de ese ejercicio clínico y de eso no hay duda. El problema político y ético surge cuando determinados grupos se transforman en los “conejillos de indias” de las ciencias de la salud: africanos y africanas, pobres periféricos de América Latina, minorías sexuales y étnicas, mujeres de países subdesarrollados, inmigrantes e inmigrantas, pueden ser poblaciones socialmente cautivas para la experimentación y la observación. 

Desde tiempos medievales y postmedievales los virus siempre han sido catalogados como dañinos, como elementos que perjudican el funcionamiento del cuerpo humano. Desde 1803 la Real Academia Española comenzó a integrar la voz “virus”, significándola como “podredumbre” y “humor malo”, aún en sintonía con el étimo del griego antiguo que definía la palabra como “ponzoña” y “veneno”. Solamente en la edición del diccionario de 1901, el término virus tuvo un significado más acorde a una visión moderna: “germen que causa enfermedades contagiosas”. 

Entonces y bajo este panorama sanitario, ¿debemos transitar hacia una nueva normalidad? El concepto de “normalidad” está vinculado a la noción de norma. Una norma es una senda donde se sitúa el comportamiento del individuo o de la individua. En dicha senda o camino se puede estar adentro o afuera, es decir, se puede catalogar de “normal” o “anormal” a un determinado comportamiento. Sin embargo, al interior de este camino de normalidad existen diferentes lugares: el estado “normal” no es único y tampoco presenta una separación neta respecto al estado “anormal”. Más bien lo normal es un camino que va modulando y corrigiendo, que posibilita ciertos grados y situaciones dentro de sus límites. En este sentido, todos y todas somos normales y anormales al mismo tiempo y en alguna medida. 

Cuando se plantea el surgimiento de una “nueva normalidad” me parece que la situación social a la que se refiere no se trata de un marco propiamente normativo, puesto que todo parece indicar que las élites y las autoridades están proyectando un escenario de prohibición, de interdicción, de límite: es la división clara y sin ambivalencias entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo permitido y lo disidente. La llamada nueva normalidad, entonces, esconde una serie de acciones prohibitivas que se implementarían. 

La pregunta que surge de este contexto histórico no es tanto sobre cuáles serán los parámetros que producirán los contornos de las reglas sociales, sino que más bien la problemática central radicaría en qué tipo de sociedad será la que dictará las interdicciones. Se podría pensar que, claramente, será la sociedad dominante que existe en el Chile neoliberal, es decir, el modelo societal que se impuso en la dictadura cívico-militar y que se ha ido sofisticando y mejorando en los gobiernos democráticos. 

Pero la cuestión no es tan sencilla, porque estamos en un período de fuertes transformaciones sociales, por tanto, algunas formas sociales emergen y otras entran en declinación, con diferente fuerza política y cultural. Lo que aparece como inevitable es el cambio en la sociedad neoliberal, tal como la conocimos en sus decenios dorados, más aún con la crisis económica que se aproxima a causa de la pandemia. 

La sociedad neoliberal es una sociedad del consumo, ya a principios de la década de 1990 Tomás Moulian realizaba un agudo análisis sobre esta formación social. Como su nombre lo indica, esta sociedad tiene una base sólida de sus estructuras político-económicas en el consumo de la población de los productos del mercado de bienes y servicios: el consumo cumple un doble rol, por un lado, es un factor de dinamismo capitalista, y por el otro, es una matriz de control social. 

La sociedad del consumo se conjuga muy bien con la sociedad del espectáculo: el estatus que brinda el consumo en los mall es la resultante de la importancia sustancial de las mercancías espectaculares, es decir, los bienes que se muestran en los medios televisivos –bienes que proyectan unos estilos de vida– que se transforman en bienes simbólicos para una parte de la población: en ellos se encuentra el prestigio y el privilegio. 

Por otro lado, la sociedad del consumo y del espectáculo se conjuga también de forma muy óptima con la sociedad civil y las políticas ciudadanas: constituyen el cara y sello del Chile neoliberal, porque la sociedad civil que emerge del pacto democrático –con sus acciones ciudadanas– es la cuota de participación política que se necesita para que sobreviva el Estado y sus poderes. Es esa misma sociedad la que consume las mercancías espectaculares, en este caso es la colectividad volcada a las pasiones y los deseos de tener estatus y vidas estelares. Es el Chile moderado y el Chile empecinado. 

Sin embargo (y por suerte), antes de esta pandemia viral hubo una pandemia social. La palabra “pandemia” proviene del griego antiguo y significa etimológicamente “reunión del pueblo”. Claramente me estoy refiriendo a la revuelta social que empezó en octubre del año pasado. Más allá de los desbordes violentos –propios de un levantamiento popular y que sirvió de excusa para una represión brutal– los hombres y las mujeres de la revuelta lograron dejar muy patente el hecho de que es posible abrir las grandes alamedas: cambiar radicalmente el modelo societal, situarse también en el plano utópico, lejos de una sociedad civil pasmada y una sociedad consumista amargada. Me atrevería a decir de que existe una búsqueda de una era post-prohibitiva, donde se camine (y se viva) de forma libre. 

 

Tres moléculas del destierro: un desahogo surrealista

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

07/07/2020 

Primero, el torrente sanguíneo es el mismo en todos los seres humanos, no obstante, la burguesía chilena, la misma que gestó el golpe de Estado de 1973, aún cree que su cuerpo es superior. Y mantiene el mismo discurso sobre el cuerpo enfermo de las y los pobres, prácticamente invariable desde las grandes cadenas de epidemias que sucedieron desde mediados del siglo XIX en adelante. Ampliando el argumento inicial, ¿sabrán algo de epidemiología y de bioquímica los grandes empresarios y políticos, un saber que salva sus cuerpos, un conocimiento elemental que permite escapar de la muerte? 

Segundo, los burgueses creen que sus enormes casas situadas en las comunas privilegiadas están alejadas del contagio con una simple cuarentena. Como se observa en el film Parásito, las casas del barrio alto están asediadas por el virus –como metáfora de la marginalidad situada en aquel film– tanto en el sótano como en la superficie. La amplia espacialidad que poseen aquellas “mansiones” son ideales para el tránsito del virus: basta un poco de viento puelche para que el barrio alto se vuelva a plagar de este virus, del cual nadie sabe su durabilidad en el tiempo. Pero ni la derecha gobernante ni el gran Colegio Médico, ni tampoco los laboratorios muy especializados, han dado cuenta de este hecho. 

Y tercero, los grandes expertos indican el uso de mascarillas como una de las importantes medidas de profilaxis, pues esto constituye uno de los medios para frenar el contagio. Pero, ¿qué ocurre dentro de las grandes casitas del barrio alto? ¿Habrá algún germen viral que podría quedar en el exterior de la mascarilla, el que producto del aire acondicionado empezaría a vagar por todo el espacio privado y así contagiar a toda la familia rica y poderosa? 

En la pueril imaginación de la clase burguesa, se cree que, con la “parada militar”, las ramadas y la llegada de la primavera, el calor y la luz, se acabará con una pandemia global. Sin embargo, en este principio de siglo, los rastros son imborrables en las multitudes abusadas por la violencia del grupo de Chicago y su consecuente manifestación en los decenios transicionales, igualmente violentos, igualmente ultrajantes. 

 

La distancia incivilizada: Sobre una pandemia capitalista y ciudadana

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

28/03/2020 

  

(…) llamo discurso de poder a todo discurso que engendra 
la falta, y por ende la culpabilidad del que lo recibe. 
Roland Barthes, Lección inaugural, 1977. 

Desde que existen los hospitales y los sistemas médicos, la salud ha sido un ejercicio de dominio. No todos, claramente, los y las practicantes de las disciplinas de la salud creen que su profesión sea un “negocio” o una “forma de poder”, la afirmación anterior, entonces, no tiene que ver con las éticas individuales ni siquiera con las colectivas, sino que en la base histórica de la curación de las enfermedades, al menos desde la época medieval, se encuentra la Economía, más aún en períodos de crisis epidémicas. 

En el pasado grecolatino, la curación de los padecimientos se realizaba en santuarios dedicados a Asclepio –Esculapio para los romanos–, donde el enfermo ejecutaba rituales y pasaba la noche: el sueño de aquella noche era guiado por este dios de la medicina, por tanto, al otro día despertaba el individuo curado del mal que lo aquejaba. También, otras sociedades, diferentes a las occidentales, como pueden ser las sociedades africanas, orientales y latinoamericanas, experimentan –actualmente y en el pasado– formas de restablecimiento de la salud que pasan, a modo de ejemplo, por el uso de drogas con chamanes, ritos de invocación de los antepasados, acudir a meicas, curanderas y yerbateras, entre otras alternativas. 

Sin embargo, en América Latina desde la época de la conquista hispana, comenzó el desarrollo de una medicina de tipo occidental (independiente de la existencia de la medicina mestiza y popular), la que provenía de la Edad Media. Esta medicina occidental se caracteriza –en su vertiente premoderna– por su adhesión a las doctrinas humorales que planteó, principalmente, Galeno. 

Por otro lado, los hospitales constituyen unas instituciones propias de Occidente, a pesar de que existen algunas culturas donde se hallan instituciones que tienen un fin similar: el hospital medieval y de la modernidad temprana –y por extensión, el hospital colonial hispanoamericano– presenta la característica esencial de entregar caridad o beneficencia. Se trata, así, de una economía hospitalaria o economía espiritual, donde el paciente obtiene asistencia caritativa, y en tanto que fiel busca la salvación de su alma; este modelo de hospital poseía funciones médicas, pero sobre todo funciones religiosas, ya que la mayoría de los hospitales estaban administrados por órdenes religiosas. 

Las clases acaudaladas donaban en sus testamentos grandes sumas de dinero, como también haciendas y chacras, a cambio de formar memorias de misas, y en otros casos capellanías –para saltarse la estadía en el purgatorio. Ahora bien, desde la baja Edad Media, el patrimonio hospitalario era considerado, en la doctrina al menos, como el patrimonio de los pobres. Los pacientes eran pobres y con sus propios recursos patrimoniales, sancionados por el derecho canónico, recibían sus medicamentos, su alimento y su ropa limpia. Esa era la caridad hospitalaria, que tenía su correlato en el dinero que se legaba, en las propiedades que recibía, por ello, los hospitales eran muy ricos, era un factor dinamizador de la economía local, aunque de manera muy especial, porque sus patrimonios eran indivisibles e inajenables –estaban fuera de las vicisitudes del mercado. 

En este sentido, la economía de la caridad, con sus préstamos de dinero al 5-7% de interés anual (censos) y sus arriendos de grandes predios, entre otros aspectos, permitía el desarrollo de la economía-mundo: este concepto formulado por Immanuel Wallerstein, con raíces en la obra de Fernand Braudel, intenta expresar la división geopolítica de la economía en el globo. Las economías corresponden a regiones delimitadas del planeta, donde pueden existir rutas mercantiles entre ellas, pero cada una posee su propia lógica y su propia distribución de recursos. Así, en la Edad Media, hallamos varias economías-mundo, por ejemplo Mesoamérica, Culturas andinas, China y Extremo Oriente, Sud-Este Asiático, África y Europa. Fue con el descubrimiento de América cuando las economías-mundo comenzaron a conectarse en mayor cantidad, lo que implicó el desenvolvimiento del capitalismo y su expansión. Finalmente, en la sociedad actual asistimos a la transformación de las economías-mundo en una economía mundial. 

En este contexto llamado mundialización, las conexiones y las circulaciones de personas y de bienes son fundamentales. Por ello, las enfermedades también se expanden y prontamente conforman epidemias, e incluso, como hoy en día, pandemias. La pandemia de Covid-19 –que es un tipo de coronavirus- está en curso de modificar las relaciones sociales. La famosa “distancia social” que se repite como medida de profilaxis, al parecer, cambia los intercambios sociales, es decir, las interacciones interpersonales en presencia del otro, el cual trae su propio derrotero cultural, y en dicha interacción social se produce el intercambio que es, la mayoría de las veces, recíproco. Con la pandemia, el Otro emerge desde el miedo cultural y no desde la afirmación de la vida comunitaria. Ya no se celebra la comunidad basada en el intercambio y la cultura local. Lo que queda es la noción de sociedad civil, tan cuestionable porque presenta una dinámica basada en el “pacto democrático”. 

En este sentido, la sociedad civil conlleva democracia y ciudadanía; y del mismo modo en que la sociedad civil –no las empresas– se encargan de descontaminar de plástico el planeta, esta misma sociedad civil ahora debe experimentar la “distancia social”, sin que los gobiernos y las transnacionales expliquen claramente el origen del virus, su efecto planetario y las amenazas futuras en términos de otros virus y del cambio climático. Por tanto, se trata de una pandemia sustentable y ciudadana, es decir, donde el o la ciudadana deben hacerse cargo del problema de la sustentabilidad de los tratamientos médicos y de las medidas de fuerza pública. 

Hace unos días atrás, en los medios de comunicación entrevistaron a una mujer trabajadora que regresaba a su hogar después de la jornada laboral: ella dijo algo muy cierto, en relación al transporte público, porque en él no puede ejecutarse la “distancia social”, por tanto, “esto es un exterminio de los pobres por medio del contagio”, señaló. Después de varios meses de una revuelta social feroz y popular, el coronavirus llegó justo a tiempo para desplazar la acción colectiva por el distanciamiento interpersonal. Una marca, entonces, de los comportamientos sociales, que la televisión impone e imprime en la memoria social a través de la reiteración, de la ideología de la mismidad: todos los días la misma noticia, todos los días la misma impunidad de patrones y gobernantes frente a la población pobre de las grandes ciudades del mundo. 

Ahora bien, el capitalismo desregulado ha producido una mutación genética de un virus: luego, el mercado reacciona; el peor miedo ha llegado y está en el Otro. Entonces, vienen las crisis económicas y financieras después de la pandemia. Un panorama complejo y difícil en el destino colectivo del capitalismo. Sin embargo, esta contradicción capitalista no es del todo nueva: el gran capital vivió importantes guerras para adueñarse de mercados, como la Guerra de los 7 años en el siglo XVIII, las Guerras del Opio en el siglo XIX, la Guerra del Pacífico en el caso del salitre, y también experimentó epidemias muy peligrosas, como fue el caso de una pandemia fuerte y mortal al final de la Gran Guerra: la gripe española. 

Por otro lado, el capitalismo mundial espera la vacuna o la cura del coronavirus, y eso entregará rentabilidad a las compañías farmacéuticas en el contexto de una economía en crisis. Y mientras el mundo trata de superar la crisis pandémica con la “distancia social” y, luego, con la “distancia territorial” (cuarentenas obligatorias con cordones sanitarios), la llamada sociedad civil asume los costos y las prácticas que se ven como necesarias para salir de la enfermedad mundial, porque la sociedad civil está constituida por la ciudadanía que abraza la democracia liberal y en ese marco sienta las bases del sometimiento. 

No obstante, la tarea crítica de los y las individuas que se rebelan, es formar una sociedad libre del abuso empresarial (neoliberal) y del poder descarado (patriarcal), por ende, en esta emergencia no solo la revuelta quedó desplazada y congelada, sino que la “distancia social y territorial”, constituye en el fondo una “distancia incivil”, “incivilizada”, puesto que es un retroceso, como diría Norbert Elias, del proceso general civilizatorio: este proceso colectivo intenta siempre producir relaciones armónicas y, en cambio, configuran las medidas de la pandemia relaciones incivilizadas y salvajes, no por su sustento médico, sino por el resabio que dejarán en la comunidad; a la desconfianza política y a la competencia del consumo, ahora se agregará el distanciamiento de las relaciones recíprocas –entonces, “incivilizada” porque el intercambio recíproco y redistributivo fue un avance cultural enorme en la historia de las sociedades. 

 

La infra-sociedad: Tentativas sobre la génesis de la crisis chilena

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

03/12/2019 

  

¿De qué modo, en un lugar determinado, 
conciben unos y otros la relación entre unos y otros? 
Marc Augé y Jean-Paul Colleyn, 
Qué es la antropología, 2004 

La ruina de la sociedad disciplinaria: del obrero-masa al subproletario periférico 

Experimentar lo que pervive en el tiempo: toda sociedad contiene auges y caídas, configuraciones que provienen del declive y muchos son los que quedan rezagados en la ruptura societal. En toda ruptura de la sociedad, la crisis permite la aniquilación de algunos rasgos sociales, desastre que podríamos llamar muerte social: la ruina es la representación de la forma decadente, lo que posteriormente queda preservado en la señal, señal trágica de la historia. Actualmente, asistimos a una escisión social de gran envergadura, la que ha tomado la forma de la revuelta, ya que existe una multiplicidad de voces ideológicas y de actos callejeros que no permiten plantear que se trata de un “clásico” movimiento social. Esta revuelta es parte de la crisis del sistema neoliberal, lo que conduce a las señales de su ruina, de su muerte social: ya emergen en las ciudades los signos de la decadencia de esta sociedad –incitada por la lucha y el desacato–, como son, por ejemplo, los grafitis, las veredas despedazadas, los carros carbonizados, los monumentos sin cabeza, entre otros. 

Aclaremos más esta idea de la ruina y de la muerte social. Pensemos, por ejemplo, en las Ruinas de Huanchaca de la ciudad de Antofagasta, una antigua fundición de plata que entró en funcionamiento en 1893. Por razones económicas diversas, la fundición clausuró sus actividades en 1902: tuvo una existencia fugaz. El avance del capitalismo incidió en que la tecnología de la fundición fuese considerada obsoleta, vale decir, una parte del sistema productivo quedaba rezagado. No obstante, el conjunto de piedra de la vieja fundición continúa cercano a la costa de la ciudad nortina; como indica María Zambrano, es la señal del hundimiento que sobrevive en el tiempo histórico. 

La decadencia del capitalismo industrial, en general, posee aquella señal de ruina: en los alrededores de la ciudad, surgen las fábricas abandonadas, las industrias desmanteladas, los esqueletos de concreto que antes fueron ejemplo de la vida económica. Entonces, es el término de una parte o de la totalidad de un orden social, con sus rasgos culturales y sus prácticas económicas, lo que genera las ruinas: señales, concretas o abstractas, símbolos en definitiva, de la decadencia y el ocaso. 

El inicio de un capitalismo postfordista –instaurado para desmembrar las grandes industrias nacionales y, entonces, fabricar los bienes en forma separada en varios países– fue un fenómeno que produjo una transformación radical en la estructura productiva y social, sobre todo porque el proletario es una figura que ya casi no tiene ni un lugar socioeconómico, ni un rol político. Toni Negri habla del obrero-masa como la categoría social que domina la escena del capitalismo industrial, en un momento histórico en que este capitalismo se sostenía en la sociedad disciplinaria. 

La fábrica era el espacio social y productivo del obrero-masa, allí confluían todas las otras dinámicas disciplinarias por donde pasaba el proletario para transformarse en proletario (por ejemplo, la escuela, el ejército y el hospital). Entonces, con la caída del obrero-masa es el subproletario periférico, con sus trabajos informales y sus pequeños emprendimientos, quien mejor encarna la ideología económica imperante: surgido de las crisis económicas ocurridas para instalar el postfordismo y el neoliberalismo en las décadas de 1970 y 1980, el subproletario no requiere de las mismas condiciones socioeconómicas del proletario –no se le entrega seguridad social, tampoco requiere de sindicatos, por tanto, es una figura clave porque articula la pauperización propia del actual modelo. 

El capitalismo industrial en Chile y América Latina tomó la forma del desarrollo de una industrial nacional. Este proyecto desarrollista del siglo XX –inspirado en los planteos de la Cepal– implicaba el auge de la industrialización: el proletariado producía y, a la vez, consumía los bienes fabricados en el país, aunque la fase central de la industrialización no se logró en la economía chilena, a saber, la producción y la sustitución de los bienes de capital –maquinaria, tecnología e infraestructura: lo necesario para producir bienes de consumo que pueden ser comprados por la población. Ahora bien, un fenómeno relacionado a la industrialización chilena que floreció desde 1930 hasta el golpe de Estado de 1973 y que, subrepticiamente, permitió el anclaje de los proletarios al mercado interno y la política pública, es el desenvolvimiento de las mecánicas disciplinarias. Por medio de un raconto histórico, podremos entender mejor esta relación entre la industria y el proyecto disciplinario. 

En la sociedad chilena de la época del salitre, diferentes procedimientos tenían una raigambre disciplinaria (por ejemplo, la policía sanitaria, las visitadoras sociales y el servicio militar obligatorio), pero carecían de una organización eficaz. Fue con el primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931) cuando finalmente decantaron las diversas vías institucionales de una sociedad disciplinaria: la mecánica de este tipo de sociedad permitía gestar unas formas organizadas que encauzaban a la población, para ajustar así los cuerpos al aparato productivo. 

En este sentido, a partir de 1930, la sociedad chilena estuvo marcada por los establecimientos del poder disciplinario: partidos políticos, sindicatos, fábricas, clubes sociales, burocracias, cárceles, escuelas, manicomios, etc. A causa de la acción política de Ibáñez, estas entidades se coordinaron y confluyeron, en la mayoría de los casos, en el Estado. Sin embargo, esta continuidad institucional de carácter disciplinaria fue más bien una práctica efímera, que duró 40 años solamente, donde las masas estaban afiliadas en alguna institución, lo que permitía la normalización de la vida personal y grupal. Fue en 1973 cuando finaliza este modelo societal –el Estado desarrollista, sumado a la dinámica disciplinaria. 

En la periferia pobre de las ciudades chilenas, en este presente neoliberal, conviven tanto el obrero-masa (cuya importancia está en declive) y el subproletario (quien vive de las pequeñas oportunidades socioeconómicas). En particular, este subproletariado conforma identidades sociales (puesto que no es una masa uniforme) que no responden ni a una normalización –el sistema normativo quiere normar al individuo– ni a una normificación –el individuo quiere normarse en el sistema normativo. 

Ahora bien, la revuelta social iniciada el 18 de octubre de 2019 se sostiene en una matriz pluriclasista y multicategorial, no obstante, en este ensayo quisiese interpretar este acontecimiento desde las identidades sociales de la ciudad periférica; periferia sobredeterminada, en primer lugar, por los intentos disciplinarios del Estado (de relativo éxito) y los proyectos utópicos de los movimientos populares (fracasados); así, en la actualidad la periferia pobre posee una segunda sobredeterminación, dada por la violencia desmedida de las fuerzas del orden y la violencia simbólica de la opinología política de los medios de comunicación. 

La economía de la furia: la crisis, lo baldío y el “antisocial” 

En el erial se desenvuelve un lenguaje repetido y anónimo cuya significación se mueve entre el peligro y el abandono. Nadie en particular sostiene este discurso: a pesar de que los enunciados circulan, no existe una entidad única que los produzca y los controle, por lo tanto, no se halla un saber ni una ideología sobre los sitios eriazos. ¿Será una imagen que ha sido internalizada porque es parte del imaginario social? Sin duda, es una imagen reiterada en la televisión (también a veces en el cine), entonces, se produce una percepción social que trae consigo la imagen del sitio eriazo. Así, el sitio baldío es “una porción de terreno que no se halla labrada o que no posee utilidad agrícola”; desde esta definición se puede arribar a las significaciones derivadas: “tierra abandonada” y, por ende, “lugar peligroso”. 

Los primeros individuos en otorgar un sentido positivo a los sitios baldíos son los niños y las niñas que juegan en ellos. Quizá para estos niños el erial no es ni peligroso ni abandonado: es un lugar de juegos y de andanzas, de experiencias infantiles al aire libre. Los hijos de los subproletarios, aquellos niños y niñas, tienen en el descampado un ámbito de sociabilidad que, en gran parte, es una forma de socialización. La socialización en los sitios eriazos, junto al aprendizaje callejero, se complementa con la educación formal en las escuelas. En este sentido, se enfrentan a la calle y la tierra baldía, allí experimentan la socialización por medio del juego y el grupo de pares, pero a la vez asisten a la escuela. En la educación formal, el niño, la niña y, por cierto, el y la adolescente estudian a los grandes personajes de la historia –y un conjunto de materias que les parecen desconectadas de la realidad. Al mismo tiempo, en la televisión observan los prados de los parques del sector oriente de la capital; su sitio eriazo aparece como muy precario. También, en las teleseries, comparan las “vidas estelares” que se muestran, con sus block y sus vidas económicamente vulnerables. Por tanto, surge la rabia estructural. 

Esta rabia social de los subproletarios está constituida por la falta de oportunidades económicas y la ausencia de una vida digna. En este sentido, ambas situaciones decantan en que el subproletario no puede dejar la periferia pobre: allí ha crecido, es su mundo y, por ende, maneja los códigos culturales, por tanto, se construyen unas identidades sociales acordes a la situación colectiva: en este contexto, existe un cambio generacional, ya que del subproletario se pasa a las y los jóvenes, nominados como “antisociales” o como “flaites” por la sociedad dominante. 

Así, estaríamos en presencia de una infra-sociedad. Por un lado, infra significa en latín “debajo”, en tanto que sociedad proviene del latín y significa “compañero”, entonces, la infra-sociedad sería el colectivo de las y los de debajo, de debajo de la sociedad oficial –lo que implica una jerarquía social (“debajo de”) y una pertenencia cultural (“de debajo”). Esta clasificación social pertenece a la periferia pobre de la ciudad, donde las y los individuos han desenvuelto sus propias estrategias culturales, más aún en los tiempos precarios del neoliberalismo.          

La identidad social emerge así como una marca de vinculación con el espacio colectivo: en el adentro de la periferia, la identidad funciona como pertenencia (ser de debajo); y en el afuera de la periferia, esta identidad establece el prejuicio y la jerarquía (estar debajo de). Ahora bien, esta infra-sociedad presta una función en las formas del poder oficial y establecido. En primer lugar, los pobres sirven para que la sociedad burguesa realice sus actos de caridad, las que se resumen en las prácticas de donación a organizaciones de beneficencia; es también parte de esto, la llamada responsabilidad social empresarial. Y en segundo lugar, los pobres corresponden al objeto de estudio de la comunidad sociológica, entonces, los científicos sociales en la infra-sociedad buscan contrastar modelos de estratificación social, constituyendo a la pobreza como el problema central para alcanzar el desarrollo social. 

Sin embargo, cuando la infra-sociedad adquiere un rasgo propio de la furia social y la rabia estructural, como es el caso de las actuales revueltas sociales, los sujetos actúan con el desacato o quedan relacionadas con el delito, por lo que emerge plenamente la noción de antisocial. 

El antisocial se sustenta en el discurso policiaco y mediático. Para los aparatos represivos del Estado, el antisocial es la figura clave de la doctrina del enemigo interior: peligrosas ideas que en el pasado reciente (dictadura cívico-militar) produjeron desapariciones y torturas, prácticas que vuelven a surgir masivamente en el actual levantamiento social. Para los medios de comunicación, el antisocial es parte de una población cautiva, sobre la cual se ejerce una vigilancia mediática, pues los acontecimientos antisociales constituyen un buen negocio: para la sociedad oficial es altamente interesante observar la represión y la persecución hacia el enemigo interior. 

Entonces, la sociedad del control y del espectáculo utiliza dos figuras contrapuestas: el mundo espléndido (propio de las máscaras televisivas) y el mundo miserable (infra-sociedad). En esta último, los formatos de reportajes, de “especiales”, de crónicas, nos muestran a los pobres y la infra-sociedad, es decir, la miseria que genera el capitalismo, sin –por supuesto– explicar la causa de esta situación estructural de la sociedad. La sociedad del espectáculo nos deja prisioneros de la máscara. María Zambrano habla de la “máscara”: son momentos de la historia donde se pierde lo genuino y lo original. En el caso de las máscaras neoliberales, se debería relevar todo el sensacionalismo, la instrumentalidad y la banalidad de los medios, dando paso a lo admirable de la revuelta de los llamados “antisociales” –las y los nacidos bajo el signo de la miseria, debajo de los límites mínimos de lo socialmente soportable. 

25 de noviembre de 2019 

 

La revuelta desbordada y la paz mediática

Diario La Quinta, Red informativa Valparaiso 

26/10/2019 

La expansión del metro de Santiago aparece, generalmente, en el discurso de los medios y de los políticos como un símbolo de la integración social en la modernidad chilena, porque implica una cuota de “progreso” para las masas proletarias y emergentes al facilitar los trayectos por la ciudad; sin embargo, es un progreso que se debe pagar (y caro), incluso considerando las altas ganancias que obtiene esta empresa de transporte. 

En el neoliberalismo chileno, situado en la periferia del capitalismo global, la acción económica no solo se basa en la explotación de los recursos naturales, configurando un modelo primario exportador –lo que viene a ratificar la condición periférica de la economía–, sino que también se utilizan las maneras más ruines para continuar aumentando la tasa de ganancia de los grandes grupos económicos (nacionales y transnacionales): 30 pesos de alza del valor en el metro constituye un modo ruin de acrecentar la ganancia, puesto que se “estruja” hasta la última gota nacida del sudor por el trabajo de las y los proletarios y, por ende, de sus bolsillos desde siempre precarios. 

Por donde se pueda, por todos los medios (esto es: sin merced), este capitalismo periférico busca el lucro, aunque sean estos medios rastreros y corruptos. Se podría indicar que en todo el capitalismo del globo se da la misma lógica, sin duda puede ser así, pero aquí en la periferia la situación capitalista está dada por el total despojo social, es decir, por la expoliación económica y, también, por la expoliación de las identidades colectivas, por medio de la administración particularizada de la vida diaria y la gestión constante del consumo de las familias. Y esto sumado a la constante represión policial de las culturas alternativas que tratan de sobrevivir. En este contexto, el Estado ni siquiera es capaz de entregar un poco de arte de calidad, de asegurar una educación gratuita universal, de generar una convivencia social marcada por la cordialidad en las masas desposeídas. 

En este sentido, la población sufre un usufructo constante de los productos de su trabajo, no solo de su trabajo remunerado, sino de todo su trabajo social: es el bajo salario, la previsión social privatizada, el alza constante de los servicios básicos, la destrucción de la ciudad a manos de la industria inmobiliaria, la devastación de los vínculos solidarios y barriales, entre otros. La población, entonces, queda privada de su creatividad vital, existencial, de su libertad del “alma” –lo que perfila el núcleo más ruin del sistema actual–, ya que lo único que alimenta esa creatividad proviene de la sociedad del espectáculo. 

La vida social de las y los individuos populares es ocultada, no se muestra en sus signos auténticos, la sociedad del espectáculo produce una separación entre la realidad y la apariencia, el universo social es separado de su representación colectiva. Se produce, entonces, una distancia social e histórica. Por lo tanto, la apariencia de la realidad que presenta la televisión es una extirpación selectiva dentro del amplio espectro de experiencias sociales. Además, el discurso de los medios de comunicación presenta un doble juego: por un lado, proyecta las imágenes colectivas que ha extirpado para producir (o consensuar) el sentido común de la población; y por otro lado, sus hablas, dichos y opiniones responden a los criterios del gran capital, fue la acumulación de mercancías por parte del capital lo que generó la separación entre la realidad y la imagen, porque era tanto su nivel de poderío económico que proyectó una disociación entre la mercancía y su imagen como espectáculo. 

En las últimas dos décadas, una serie de protestas y de movilizaciones han tenido lugar en la sociedad chilena. El problema de estas movilizaciones respondería a que, finalmente, constituyeron movimientos sociales. Primero, fue la llamada “rebelión de los pingüinos” (2006), un conjunto de protestas callejeras y de tomas de liceos de parte de las y los estudiantes secundarios: jóvenes que veían un futuro incierto en sus vidas, un futuro que solo prometía deudas universitarias, deudas hipotecarias, etc. Posterior al movimiento “pingüino”, las movilizaciones sociales de las y los jóvenes han implicado un intento poderoso de ruptura respecto al destino colectivo que les impone la sociedad capitalista. Segundo, ocurrió el movimiento de la educación gratuita y de calidad (2011), con multitudinarias marchas y masivas tomas de liceos y de universidades, esta movilización tenía un formato más “clásico”, vale decir, con dirigentes y con organizaciones que encauzaban a las multitudes de jóvenes. Y tercero, en el último tiempo (2018) irrumpió la nombrada “revolución feminista”, donde mujeres jóvenes realizaron protestas y otros actos de desacato, además de tomas de universidades, cuyo objetivo central era acabar con las prácticas patriarcales en su conjunto: el abuso del poder masculino fue puesto en cuestión, buscando esta movilización de mujeres una alternativa que transformase el orden androcéntrico. 

Estos tres grandes fenómenos colectivos consiguieron resultados parciales en sus búsquedas políticas, básicamente porque una gran parte de sus dirigentes y dirigentas decidieron entrar al sistema institucional de representación política, para desde allí ejercer la discusión ideológica y la lucha política. En vez de crear instituciones autónomas que mantuvieran vivos los proyectos del movimiento social, decidieron seguir la vía legal de formar partidos políticos o de proyectar su trabajo en los ya existentes. 

En cambio, la movilización social que se inició el 18 de octubre de 2019 –cuya acción inicial fue una evasión masiva del pago en el metro durante dicha semana por parte, en su mayoría, de mujeres estudiantas– tiene un carácter diferente, ya que no se trata de unas simples protestas o de un movimiento articulado a través de marchas: es una revuelta social. Una revuelta social se halla a medio camino entre el motín popular y la rebelión social: es la más enigmática de las formas del levantamiento social. Un motín popular es una serie de hechos contra la autoridad de un determinado lugar o contra alguna medida política específica, en tanto que una rebelión social posee la marca histórica de un acontecimiento social y político que pretende un cambio de algunas estructuras de la sociedad, quedando a un paso de la revolución que vendría a ser la concreción articulada y relativamente coherente de los cambios estructurales. En este contexto, la revuelta social es un tipo de levantamiento popular –en este caso, tiene un carácter pluriclasista–, es decir, un alzamiento colectivo de la población contra el orden social en su globalidad, la revuelta es un fenómeno que va más allá del simple motín, y está siempre a poca distancia de la transformación en una rebelión global: la revuelta social es un levantamiento de la población, pero efectuado de un modo descentrado. 

La revuelta social que lleva en Chile menos de una semana, tiene dos especificidades que le entregan sus bordes: por un lado, existe en la población un rechazo generalizado al sistema de mercado con sus expoliaciones ruines y al sistema político-institucional con sus consensos arbitrarios y sus actos corruptos; y por otro lado, la revuelta posee una multiplicidad de focos y de voces, esto quiere decir que las actuaciones colectivas se desperdigan por la ciudad, tienen frentes diversos y estrategias no siempre equivalentes, además las voces múltiples implican una complejidad ideológica, no se hallan postulados únicos, no se hallan voces más autorizadas que otras. Si estos constituyen los bordes de la revuelta es claro que se trata de un acontecimiento histórico descentrado, difícil de asir para las autoridades cuestionadas, más aún cuando se considera los desbordes de la revuelta: me refiero a los saqueos, incendios y otros actos de pillaje. Toda revuelta comienza a tener unos límites desbordados cuando la desigualdad socioeconómica de la estructura societal es muy fuerte, esto no avala la violencia, sin embargo, la violencia también debe ser explicada, y esto tiene relación con la violencia de la exclusión social, entonces, existe una violencia, por así decirlo, “originaria”, la que ha provenido no solo del usufructo económico en el contexto de la exclusión (algo sumamente pesado de soportar), y a la sociedad del espectáculo que impone una objetivación constante sobre los excluidos: es la folclorización de una parte de la ciudadanía. Yo no quiero una revuelta violenta, pero esta manifestación tiene luz y sombra, tiene bordes y desbordes. 

Frente a esta revuelta social, el gobierno decretó el mismo 18 de octubre “estado de emergencia” en Santiago (después en regiones), lo que significa que el orden público debía estar garantizado por las Fuerzas Armadas y las Policías. Al día siguiente, se decretó el toque de queda. Es primera vez en democracia que se da una situación de este tipo. Tanto el gobierno de derecha como los medios de comunicación han tratado de formar una opinión pública que se rebele a su vez frente a la revuelta, y han logrado un éxito relativo, o más bien magro. El discurso de los medios, que ya sabemos responde al gran capital, ha tenido dos vertientes: primero, el postulado del caos público que viene a resaltar los efectos de la movilización en la vida cotidiana de la gente común y corriente, gente que quiere (o debe) trabajar (y no alzarse), gentes y familias que ven alteradas toda su existencia en la urbe; y segundo, el postulado de la guerra social que aparece claro con los militares en las calles y con los discursos del Presidente de la República, y que los medios vienen a reificar mostrando, de una forma sensacionalista, a los vecinos armados en contra de los saqueadores. 

Muchos políticos (diputados y senadores) comienzan a hablar de un “nuevo pacto social”: ¿de qué se trata esta idea? ¿De realizar una mesa de diálogo? ¿De efectuar una serie de cabildos ciudadanos? ¿De proponer una “agenda” de desarrollo social o una “agenda” de unidad nacional? ¿O vamos a hablar en serio, sin esas instancias recicladas del pasado y sin ese léxico de la tecnocracia neoliberal?: nueva Constitución, fin de la seguridad social privada, término de la salud segregada, acceso universal a una educación gratuita, entre otras cuestiones. Pero, soterradamente la imagen de la sociedad que se busca mostrar es, justamente, aquella que logra la paz social, que sería entonces una paz mediática: volver al orden público, lo que quiere decir que cada grupo social vuelva a su espacio designado, y volver a la propiedad, es decir, a la división reiterativa de capital y trabajo. Cuando los medios de comunicación muestren al Chile neoliberal en su formación social genuina, se habrá cumplido la paz mediática, por medio de la fuerza desmedida de los agentes del orden y de la doxa servicial de los medios, con sus “rostros” que ganan millones, con sus caras y caretas que rastrean la posibilidad de aquel hipócrita pacto nuevo, asunto que les dará más beneficio en el espectáculo. No sabemos cómo continuará este levantamiento, espero que triunfemos, sin embargo, si se logra la paz mediática, estas luchas quedarán señaladas en la historia política y, sobre todo, restarán guardadas en la memoria de la furia colectiva. 

Para Cecilia Muñoz Zúñiga, 

Antropóloga de las fronteras 

(Publicado en: desinformemonos.org) 

 

Yo el arcaico, Reseña de Karla Guettner

  • Actriz y ensayista chilena 

Existieron modos de vida que solo puedo imaginar, transformar en poesía. F.F.D. 

Yo, el arcaico (o las inscripciones en la piedra: poesía, cuento, dramaturgia) es el segundo libro publicado por el escritor Fernando Franulic Depix. Texto atravesado por tres modos escriturales desde el interior del extramuro. Interior que inicia en la poesía, en el accidente de la subjetividad comprendida como un pliegue hacia el infinito, en donde transitaremos por fragmentos de infancia, jirones de vida guiados por el invisible hilo de la memoria de reconocimientos arcaicos. En la búsqueda de un sentir originario, con el fuego como fundamento adviene el cuento como una aproximación deseada hacia la discontinuidad. Estar en otra civilización, El enigma de una guerra, son títulos que nos hablan de una imaginación que no transa con la línea ininterrumpida de la subjetividad dominante. 

Terminamos este viaje por lo arcaico en la dramaturgia, el teatro como último vestigio de la ruina civilizatoria escenifica vetustos oficios y amores extraviados. 

Ante el hostigamiento de los signos quizá su deseo más recóndito sea sentirse nada más que un ser vivo, quien solo posee, entre las piedras, el espacio y el tiempo. 

 

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Yo, el arcaico. Reseña de Karla Güettner

  • Actriz y ensayista chilena

Existieron modos de vida que solo puedo imaginar, transformar en poesía.

F.F.D. Yo, el arcaico (o las inscripciones en la piedra: poesía, cuento, dramaturgia) es el segundo libro publicado por el escritor Fernando Franulic Depix. Texto atravesado por tres modos escriturales desde el interior del extramuro. Interior que inicia en la poesía, en el accidente de la subjetividad comprendida como un pliegue hacia el infinito, en donde transitaremos por fragmentos de infancia, jirones de vida guiados por el invisible hilo de la memoria de reconocimientos arcaicos. En la búsqueda de un sentir originario, con el fuego como fundamento adviene el cuento como una aproximación deseada hacia la discontinuidad. Estar en otra civilización, El enigma de una guerra, son títulos que nos hablan de una imaginación que no transa con la línea ininterrumpida de la subjetividad dominante.

Terminamos este viaje por lo arcaico en la dramaturgia, el teatro como último vestigio de la ruina civilizatoria escenifica vetustos oficios y amores extraviados.

Ante el hostigamiento de los signos quizá su deseo más recóndito sea sentirse nada más que un ser vivo, quien solo posee, entre las piedras, el espacio y el tiempo.

Escritor Fernando Franulic Depix: La felicidad y el placer de descifrar lo complejo

“Yo, El Arcaico: (o las inscripciones en la piedra: poesía, cuento, dramaturgia)” es el segundo libro publicado del escritor antofagastino, Fernando Franulic Depix, “en este caso, un típico libro electrónico que se puede bajar y comprar desde La Komuna con K, ahí está alojado”. Sigue leyendo Escritor Fernando Franulic Depix: La felicidad y el placer de descifrar lo complejo

Escritor Fernando Franulic Depix: La felicidad y el placer de descifrar lo complejo

“Yo, El Arcaico: (o las inscripciones en la piedra: poesía, cuento, dramaturgia)” es el segundo libro publicado del escritor antofagastino, Fernando Franulic Depix, “en este caso, un típico libro electrónico que se puede bajar y comprar desde La Komuna con K, ahí está alojado”. 

Así comienza nuestra conversación con el también columnista del Diario La Quinta, licenciado en Sociología y Magíster en Historia de la Universidad de Chile, con una tesis doctoral que estuvo preparando en París, pero no pudo terminar por razones de salud. 

Yo, el arcaíco  se concibe después de Linde, un conjunto de 13 relatos publicado también por Del Aire Ediciones, “que en ese caso fue un formato de papel, por lo tanto, es otra la forma de distribución de compra, de acceso al texto”, comenta Fernando. 

«Yo, El arcaico podría haber sido el primer libro, por su título, por su contenido de lo primigenio, lo primitivo, etcétera, pero resulta que el primero se llama Linde, que significa límites, linde es un límite, porque en ese texto hay mucha transgresión, hay muchas situaciones extremas, experiencias límites, que vienen de los personajes del cuento”, agrega su autor. 

Tu segundo libro publicado reúne varios formatos literarios… 

-Hay dos géneros básicos de la literatura: son la poesía lírica y el teatro trágico. Yo el arcaico trae esas dos cosas, o sea, poesía y dramaturgia, aparte de cuentos varios que coleccioné por ahí, es decir, que escribí y que los incluí, y una introducción que plantea sobre todo el tema de la discontinuidad del ser, de la discontinuidad de la persona moral, de la personalidad finalmente y, por qué no, la posibilidad de que todos los días no seamos uno mismo siempre, sino la posibilidad de tener múltiples facetas de ser. 

Hay un breve ensayo, prefacio, luego vienen los cuentos, luego viene un conjunto de poesías y poesías bien sentidas por mí del sentido original, como diría María Zambrano, es decir, poesías que tienen que ver con mi infancia, poesías que tienen que ver con mi parte más arcaica, con mi parte más íntima de mi socialización, de mi aprendizaje social para convivir con esta sociedad de consumo y, por último, dos obras de teatro, dos obras dramáticas mejor dicho, que son una muy breve, la segunda es -yo diría- el fuerte de este texto. 

Te refieres a “Amor pájaro», cuya trama se desarrolla de una manera distinta a la que estamos acostumbrados… 

-En este texto dramático, trágico, la trama no va montando intensidad hasta llegar al clímax y luego el desenlace. En el caso de “Amor Pájaro”, se trata de que hay dos clímax y una meseta: primer acto tiene un clímax particular, después el segundo acto tiene una meseta y el tercer acto es otro clímax. 

Es bien intenso ese texto, de su interpretación, de lo que trata de decir, y la idea no es simplificar las cosas. Pienso que la complejidad de las cosas, cuando se resuelven, llega un momento de paz, de armonía y de regocijo. 

Te has dedicado a la investigación y las letras, la literatura, desde 2009… 

-Y seguiré esa senda. La escritura me produce placer, la escritura para mí es como una especie de remanso, una especie de ensueño, de soñar despierto. Y esa alegría que produce el escribir quisiera traspasarla a la lectora y el lector, que también vive una especie de proceso -podríamos decir- proceso de desciframiento y desde ese desciframiento de lo complejo tiene el ejercicio de leer y de dar un estado de alegría o de felicidad, que cuando sea leído bien el texto y cuando se ha reflexionado a partir del texto, eso le produzca, como digo, felicidad, placer, empatía. 

 

Extracciones: Ciudades vegetales

Cuento extraído de Linde (Del Aire Editores, 2015) 

Jamsper.cl 

Se bajaba del taxi, todas las mañanas, con la premura de una persona importante. Le indicaba al chofer que lo dejara una cuadra antes de la puerta principal del Sanatorio Universitario Doctor Carrera. Le interesaba caminar esa cuadra. Salía del automóvil con su traje impecable contra el viento. La avenida Doctor Carrera siempre estaba envuelta en una ventisca, quizá producto de la doble hilera de Álamos que la cruzaba o puede que por la cercanía al río cafesoso, enmierdado, de la ciudad. Ventarrón, al fin, que le daba cierta elegancia a su entrada: la chaqueta abierta, una mano intentando mantenerla cerrada, la otra mano sosteniendo, complicadamente, su maletín de cuero y el periódico de la mañana. Una pequeña odisea cotidiana, que él desarrollaba como una necesidad estética. El viento, nunca pensó que el viento se encargaría de entregarle una escena; del resto se encargaban sus sustancias químicas. Forma y sustancia era lo que requería para su pasada matutina, pensada para producir la sensación poderosa de la urgencia de un oficio. Cualquiera podría imaginarlo con una profesión complicada, de aquellas que se estudian muchos años. Algunas mañanas se preguntaba si la gente del aseo tendría la capacidad de percibir su importancia, entregada en esa fabricación que, para él, era signo de su conocimiento y de su jerarquía. Pero era un pensamiento bajito, que no deseaba expandir. En ese paseo de una cuadra, con sus pies decididos, prefería ir pensando en una ecuación, sin posar la mirada en nadie ni en nada. Aunque de reojo, muy veloz, todas las mañanas intentaba mirar las diminutas flores que se amontonaban ante la gran puerta de vidrio y pesados metales por donde se ingresaba a la institución. Era el residuo de un interés. Cosa del pasado. 

Ese día, su rostro frente a la vidriera de la puerta principal le pareció demasiado enjuto, demasiado pírrico, cambió de enfoque, no tenía por qué mirarse tan detenidamente. Luego, el ascensor. Evitó la mirada en el espejo. Una enfermera le ofreció una amplia sonrisa. No debo estar tan mal. A la salida, un médico internista le palmoteo la espalda. No debo estar tan mal. Llegó al subterráneo, un auxiliar lo saludó vivazmente. No debo estar tan mal. Pero el hecho macizo de haberse visto con el rostro tan flaco en la vidriera de la calle, lo traicionó. No estoy perfecto. Algo fallaba. Algo no estaba del todo bien. Instalado en su escritorio, dio vuelta la foto de Elba, su esposa. Era un reflejo peligroso. Por primera vez, se daba cuenta de por qué le gustaba tanto trabajar en el subterráneo. No había ventanas que provocaran esos espejos denunciantes. Bastaba la sombra de un árbol cayendo para que se formara la imagen. ¿Y la computadora? ¿Y los anaqueles de vidrio? ¿Los múltiples anaqueles de su despacho? Siempre he sido esbelto, es un rasgo elegante. No había problema alguno. No había nada de qué preocuparse. Respiró. Respiró profundamente. Pausadamente, sacó una llave y abrió un cajoncillo, tomó un milígramo de clonazepam. No me gusta estar mal. Tomó medio milígramo más. Debe ser el gimnasio, la dieta, la cafeína, las píldoras dermatológicas, los comprimidos sedativos. También esos quemadores de grasa que consumo. Volvió a sentirse pleno, sereno. Se puso el delantal blanco con ese cáliz atrapado por una serpiente que identifica a los farmacéuticos. Abajo no aparecía su nombre, solo su cargo: Farmacéutico Jefe. No revisó su correo ni el periódico, era la hora de la reunión clínica. Antes de partir, aburrido, soñoliento, dibujó una molécula en un cuaderno. Se tomó su tiempo. Era una molécula inventada, fantasiosa, bizarra. 

La reunión estaba concurrida. Él lo había olvidado, pero ese día se discutía buena parte del futuro del Sanatorio. Más que reunión clínica, aquel día era una reunión política. En la cabecera de la gran mesa, estaba el Decano y a su lado el Director Médico. Se sentó junto al Jefe de Clínicas. El problema que se debía resolver, con urgencia, con una urgencia trascendental, era la pertenencia del Sanatorio a la Universidad o la disolución del vínculo. Siguió dibujando la molécula, parecía algo monstruoso, infame. Se tomó tres cafés muy cargados. La molécula se inflaba como un globo, mientras el Decano hablaba de la deuda del Sanatorio. Empezaron unas diapositivas. El Director Médico explicó que la falta de financiamiento tenía muy comprometido el servicio asistencial. En la semioscuridad de la sala, aprovechó para ir al baño: no pudo superar el pequeño trauma, la pequeña piedrecilla en el zapato. 

Entró y se miró largamente en el espejo. Rostro disminuido, amplias ojeras, arrugas en los labios, huesos prominentes que se notaban como saliendo de la piel. De verdad tengo la cara demasiado flaca. Titubeó, no sabía si salir del baño o qué. Esperó un poco. Decidió. Salió rápidamente a su oficina y tomó de su cajoncillo otro milígramo de ansiolítico. Subió en ascensor, por suerte estaba vacío, nada de conversaciones vacuas. Entró a la sala en plena luminosidad, no había peor cosa que la luz del sol. 

—Rodolfo, falta tu voto, te esperábamos – dijo el Decano. 

—Yo voto por la empresa privada, por la privatización del Sanatorio –respondió, totalmente tranquilo, con la tranquilidad de un príncipe en su corte, mientras se servía otro café muy cargado. 

Después de la reunión, los colegas iban a almorzar en la cafetería de siempre. No gracias, tengo una molestia estomacal. Se encerró en su oficina, se encerró como si fuera un prófugo. La reunión había sido larga, tenía solamente una hora antes de que se iniciara su cátedra. Rodolfo era parte del equipo docente de la cátedra de Psicofarmacología y ese día le tocaba dar la clase a él. No era un buen día, para nada. ¿Cómo resolver en una hora este problema indescriptible, inefable, prácticamente inexistente? Tomó la foto de Elba y se vio de nuevo. Cadavérico. Estoy cadavérico. Se hizo otro café muy cargado y sin azúcar. Empezó a revolver los anaqueles. Se encontró muy nervioso, muy caprichoso. No era su modo. Tomó un milígramo de clonazepam y doscientos milígramos de modafinilo. Una tableta energizante. Dos analgésicos. Es suficiente, no pasa nada, nada de nada, por qué debería perder el control. En un acto inusual, casi fantástico, quiso salir al campus a leer su correo. Subió por las escaleras de servicio y llegó a la salida trasera del edificio. 

Ya no le gustaban el prado, ni los árboles, ni las palmeras, ni las flores, menos los insectos. Miró la inmensidad del campus, sintió el aire asoleado, vio el sol enrojecido que se esparcía por todos los rincones vegetales, los grupos de estudiantes se disolvían a lo lejos, las flores resplandecían en una difusión de colores. No me gusta el verano. Caminó por el sendero que bordea el patio de los pacientes y entró a la avenida. Siguió caminando y en una callejuela encontró un bar. Compró dos paquetes de cigarrillos y pidió un Ricard. Fumó tres cigarrillos al hilo, pidió otro Ricard. ¿Veré mi correo? Fumó otro cigarrillo. 

Las actualizaciones del vademécum británico, el índice de la revista Avances en Bioquímica, convocatorias a reuniones académicas, una invitación a un examen de grado, las actas para el cierre del semestre, un artículo sobre un medicamento contra la epilepsia y una carta de Luciano. ¿Una carta de Luciano? La abrió inmediatamente, su gestualidad apareció como desmedida; miró a su alrededor: solamente viejos jubilados jugando al ajedrez. No importaba. Sacó la carta con verdadera brutalidad. “Recordado Rodolfo”. No continuó leyendo. Metió como pudo la carta en el sobre. Pidió el último Ricard, en el camino fumó dos cigarrillos. Tenía veinte minutos aún para su clase. 

Sentado en el escritorio, ocupó su mente en completar el dibujo molecular, hizo varias ecuaciones. No quería recordar, ni a Luciano, ni esos años. En un momento se vio echándose a la boca más de veinte tabletas para el buen aliento, masajeando sus ojeras con una crema francesa muy espesa, tomando vitaminas por montones. Basta. Estoy preparado para la clase. Me veo bien. Sin embargo, consumió doscientos milígramos de modafinilo. Quiso leer la carta. Se contuvo. ¿Y un poco de codeína? Bebió un frasco. Guardó la carta en su maletín. Se miró en el espejo de Elba. Elba es bella. Yo también. 

—Estás más flaco, hombre –le decía el Doctor Zúñiga, mientras atravesaban el campus. 

—He tenido muchos malestares estomacales –dijo parcamente Rodolfo. 

No hablaron más en todo el trayecto. Rodolfo en un instante fugaz, fascinado bajo la luz pesada del sol, sintió que los mosquitos y los moscardones se arremolinaban en torno de él, produciendo un ruido infernal, insoportable: era un mar de seres peligrosos. No puedo seguir. Me marea el sol. 

—Me esperas un minuto, por favor, necesito ir al baño. 

—¿Vuelves luego? – le respondió Zúñiga. 

—Si me demoro un poco, introduce tú la clase. 

Se miró en el espejo. Me veo bien, solo un poco más flaco, eso es todo, asunto solucionado. Punto. Punto aparte. ¿Qué tengo que hablar en la clase? Se sentó en un wáter. Cerró la puerta de la cabinita. Entraban y salían estudiantes del baño. Él estaba como petrificado. Estoy bello, tengo conocimientos suficientes para dar la clase. Fin de la historia. Se empezó a sentir bien, más seguro. Ya habían pasado veinte minutos. Solo unos milígramos más de modafinilo me dejarían perfecto. Pero no andaba con ellos. Buscando, encontró el sobre, o quizá buscar los medicamentos era una excusa para encontrarlo. 

Recordado Rodolfo: Te escribo desde un lugar pleno de vegetación y de vida silvestre. No sabes cuánto necesito de tus conocimientos ahora en mi trabajo. ¿Te acuerdas de las clases del profesor Yáñez? Eras el primer alumno. Luego, fuiste su asistente. La botánica la sabías como el abecedario. El jardín de plantas medicinales lo mantenías hermoso y florecido. Fuiste tú quien me enseñaste las propiedades del reino vegetal. Eras mi maestro, a pesar de tu corta edad ¿Por qué nunca viniste? ¿Por qué nunca escribiste? Respeto tu decisión ¿Te recuerdas cuando hicimos láudano para la huelga de 1987? Las plantas nos hablaban, y tú, dentro de esa alucinación nutrida por el opio y el vino, dijiste que deberíamos vivir todos, la humanidad completa, en ciudades vegetales. A pesar del distanciamiento (¿cuántos años sin verte?), sigo considerándote un ser ético, sencillo, pensador. ¿Sabes? Quiero construir una ciudad vegetal. Por eso te escribo, para que me digas cómo se construye. A propósito de mi trabajo, te cuento que ahora invento brebajes (como antes decíamos) con la cocción de determinadas semillas que pueden tranquilizar los eventos esquizoides. ¿En la ciudad vegetal existirán aún las manifestaciones de la locura?… Un gran abrazo. 

Realmente necesitaba de las drogas. O aun mejor, de la codeína. Pero no los tenía a mano. Había pasado media hora. ¿Ir hasta la oficina o enfrentar inmediatamente la clase? Corrió a la oficina, en el ascensor una enfermera le dijo que lo veía muy agitado. No importaba, era una simple enfermera. A Luciano lo tenía metido en la cabeza. Quería sacarlo y hacer su mejor clase, una charla magistral. Bebió dos jarabes completos y caminó pausado fuera de los senderos, pisando los prados. 

Entró en el anfiteatro, se sentía refinado. El Doctor Zúñiga se acercó, le dijo que tardó cincuenta minutos. Tengo una migraña aguda. ¿Puedes hacer la clase?, le preguntó Zúñiga. Rodolfo lo miró con cara de obviedad. Observó, ya instalado en el podio, a Joaquín, su predilección. Siempre sus clases las hacía mirando a Joaquín, le prometió que el próximo año sería su asistente. Era un joven estudiante de Farmacia que Rodolfo consideraba cautivante. Los estudiantes esperaban, se inquietaban, puesto que Rodolfo no empezaba la clase. Sus clases siempre fueron muy bien catalogadas, rigurosas, complejas, conceptuales. Rodolfo tenía ganas de leerles la carta y decirles que era el primer y el único hombre que besó, en una noche de delirio. Esta clase la hago sin apuntes, para lucirme frente a Joaquín. A Joaquín algún día lo besaré. Serenidad, son residuos amatorios de antiguas pasiones. Pasiones disueltas en los alambiques del éxito social y científico. 

Estudiantes disculpen la demora. Hoy día hablaremos de antipsicóticos. Primero que todo, debo decirles que los insensatos no pueden ser curados con plantas medicinales. Lo que funciona en estos casos son los productos de síntesis. Veamos la farmacoquímica de una droga de última generación, desarrollada por mi persona. Los insensatos pueden tener un gran bienestar con este medicamento. 

Cada vez que decía «insensatos» miraba a Joaquín, porque este término le causaba gracia. Ese día Joaquín no lo miraba, ni tampoco se reía. ¿Qué importa Joaquín? ¿Qué importa Luciano? No me puedo definir en relación a unos perdedores. Luciano pensando en que las semillas cocidas pueden calmar una crisis. Joaquín no es más que un estudiante mediocre. Decidió nunca más mirar a Joaquín. Decidió olvidar la carta de Luciano. En el fondo del anfiteatro, sentía unas risas. Es mi rostro. Estoy demacrado. Las risas le parecían demasiado audibles, aparte de conversaciones, murmullos, que se expandían. Rodolfo sacó la carta y la releyó, no lo pudo evitar. Recordó ese beso en la noche fantasma, en la ciudad vegetal. ¿Por qué no siguieron más allá de un beso? ¿Arrepentirse? Lo mejor fue mandarlo lejos: tienes que ir a buscar la ciudad vegetal. Así partió Luciano, con sus conocimientos botánicos, a los bosques y las selvas. Fue mejor. Me saqué un peso de encima. El amor confunde la razón, la correlación específica que debe haber entre entidad nosológica y entidad farmacológica. Dijo esa frase, luego se confundió, se corrigió. No es el amor, son las plantas las que confunden la razón. Preguntó a los estudiantes, ¿la razón entre…? Silencio. En este caso, la razón entre insensatez y psicofármaco. Anoten eso, es materia de examen. Rodolfo sentía risas, risotadas, una murmuración generalizada. Sacó su cuaderno del maletín. 

Ahora les mostraré la molécula que descubrí, con toda mi dignidad metodológica, la cual es utilizable en la mayoría de las psicosis y los síndromes esquizoides. Dibujó la molécula en el pizarrón. 

El dibujo duró una hora. Los ojos de los estudiantes y del Doctor Zúñiga parecían fuera del cráneo. Durante esa larga hora, Rodolfo ya no escuchaba risas, ni comentarios, ni murmullos. Sentía plenitud. Volvió esa sensación de paz. De forma pausada, se miró en la ventana, se veía recompuesto, saludable, hermoso. Terminó el dibujo: una molécula imposible de pensar, una aberración química, contra toda ley natural. Enorme, gigante, inflamada, horripilante. Era algo que no se podía enunciar y, desde ese punto de vista, era una insensatez extrema, un ensueño vasto, enredado y grotesco. Con esto termino la clase, recuerden que es un antipsicótico, ¿podríamos decir que se trata de un psicofármaco de una generación estética? Nadie dijo nada. No pudo evitar mirar a Joaquín. Él se reía con una joven que parecía su novia. Rodolfo se volvió a decir que era un estudiante mediocre y que terminaría administrando stock. Volvió a repetir la pregunta: ¿es un antipsicótico de una familia estética? Silencio. Entonces, prueba de ello la próxima semana. Ya era el atardecer. Caminó tranquilamente por el campus hasta su oficina. No sintió mosquitos, ni moscas, ni abejorros. Antes de subir, agarró un puñado de flores: se las llevaré a la bella Elba. 

Se encerró en su oficina. Estaba feliz. Había dado una clase magistral. Dejó encima la carta de Luciano. Prendió la computadora y quiso comenzar a escribir la respuesta a Luciano. Me lo tomaré con calma. ¿Por qué tan encerrado? Dejó abierta la puerta de su despacho. Se fue al baño. Se observó en el espejo. Se vio tan bello, tanto así que le dieron ganas de festejar. Iba a llevar las flores a Elba, tomarían coñac y bailarían en el salón del apartamento. De nuevo en el escritorio, intentó redactar las primeras líneas de la respuesta a Luciano. Hizo una pausa para mirar su molécula. Veía en ello la expresión de un saber docto, universal, iluminado. ¿Qué hago? ¿Sigo trabajando en mi molécula o respondo a Luciano? En la respuesta a Luciano quiero decirle que me arrepiento de no haber hecho el amor con él. Pero, ¿yo lo amaba? Porque si lo amaba podría haber seguido el camino botánico con él, a su lado. Voy a tener un pensamiento bajito: cuando nos besamos yo sabía que mi futuro estaba en la ciencia exacta, en tener un apartamento con salón y grandes alcobas, en formar parte de un matrimonio con una mujer profesional y muy bella, en ser catedrático de la mejor universidad del país; te traicioné, Luciano. Creo que partiré por mi molécula. 

Otro frasco de codeína. Tabletas energizantes. Analgésicos. Modafinilo. Cigarrillos y café negro. Estaba buscando su serenidad. La molécula es preciosa, una joya. La presentaré en el próximo congreso de psicofarmacología. No necesita de ensayos clínicos. Es una estructura que entra por los ojos, es estéticamente plausible, hermosa en su racionalidad, en su abstracción. Es una verdad que rompe paradigmas. Dio por terminado el trabajo químico. Ya era de noche. Un jarabe más para celebrar. Tenía tanto orgullo por su logro científico, que se fue a jugar a los ascensores. Subía y bajaba en ellos, observándose en los espejos. Se veía con un rostro sin ninguna imperfección. Amo mi estructura molecular, nunca amé a Luciano, ni a Elba, ni a Joaquín. 

Estaba tan libre y feliz que no le importaba ayudar a Luciano, aunque estuviera recorriendo caminos equivocados, los caminos botánicos. Necesitaba inspiración, y mucha, porque, por fin, le iba a explicar lo que era una ciudad vegetal. Del cajoncillo, sacó jeringuilla y aguja. Fue casi jugueteando a la bodega a robar heroína. Sentado en un wáter de un baño, se inyectó. 

Salió, como lanzado por el aire, al campus. En la oscuridad hay cuatro cosas, nada más que cuatro: plantas, flores, árboles y prado. Las estrellas y la luna son de metal. No todo es vegetal Luciano, eso es lo que debes aprender. Hay metales y metaloides. Esta flor es metaloide. Este árbol es metálico. El universo es mineral. Se metió en una frondosa arboleda llena de flores y de plantas. Se puso de cuclillas. Tuvo pensamientos bajitos. Quiero encontrar las flores más chiquititas y mandártelas secas dentro de un libro de química orgánica. Porque es bella la naturaleza. O mejor, dentro de un libro ilustrado de botánica. Un libro hermoso, con dibujos coloridos. Encontró una flor muy pequeñita y la cortó. Solamente esta. Esta vale para explicar todo. Inmediatamente te digo los átomos que tiene. Tiene muchos. Mierda me sacó sangre. El pasto es de fierro. Las flores de acero. Me gusta así, las flores y el prado que rajen las carnes, aunque la sangre me chorree, porque las estructuras geométricas son más armónicas y perfectas. Los vegetales son muy deformes. Sintió desesperación. Me estoy contradiciendo, me estoy desdiciendo, disolviendo. Luciano, debería haberme ido contigo al bosque, ahora tengo deseos de tu boca. Luciano, inventé la molécula más importante del mundo, mañana te la mando y hazla tuya. Solo tuya, porque aquí entre nosotros en secreto, es la estructura química de la ciudad vegetal. Te la mando con esta flor chiquitita. Con esa estructura y este ser vivo, tendrás que descubrir la estequiometria, la ley cinética, la composición atómica, la ecuación de transformación. Se metió más adentro en la arboleda. Estaba sucio. Estaba mugriento. Los ojos como de cristal. Creía estar en la alegría, pero era el cristal acuoso de la pena. La molécula la hice para ti, sintiéndote. Siempre te he amado. Me voy a acostar en el humus para que me hagas el amor. Sabes Luciano, quiero irme al bosque, irme de aquí, rápido, porque este es un parque humano, artificial, un sucedáneo. Irme a tu ciudad vegetal. Espérame, Luciano. En un pestañeo, en un abrir los ojos, estaremos juntos. Se quedó mirando un punto en la arboleda, eran bichos nocturnos, muchos bichos: lombrices, crisálidas, polillas, arañas, hormigas, seres nacientes, seres de la podredumbre. Miró mucho tiempo, demasiado. Los ojos los tenía de agua y tierra. La boca repleta de larvas. Ya empezaba a amanecer. 

 

Más me río, con la cara mirando al sol. Reseña de Andrea Franulic.

Andreafranulic.cl 

26/01/2016 

Fernando Franulic, en un despliegue generoso del potencial creativo de su lengua materna, nos sorprende con la riqueza léxica de su prosa y, con esto, aludo a la capacidad o el talento de construir mundos imaginarios y de organizar la realidad interna de estos mundos hipotéticos; de abrir nuevas parcelas de realidad y dimensiones mentales o espirituales no exploradas, o negadas, por la opaca y patriarcal cultura hegemónica: el autor nos coloca ante la presencia de otros universos, ya sea en el pasado histórico ya sea en el pasado estelar, pienso en los cuentos Idioma Desconocido y Algo de la Galaxia. También nos sumerge en la mente de un Rodolfo, cuyo delirio corre al ritmo vertiginoso del consumo desproporcionado de diversos estupefacientes, o nos subsume en el delirio onírico de Javier que nos traslada a otro tiempo y espacio dentro del tiempo y el espacio de la diégesis, que se sitúa a principios del siglo XIX. Nos compenetra con la angustia del niño de Gallináceas y su encierro, o con el tránsito a la locura de la Baronesa del Salitre, al ritmo de un tren de principios del siglo XX. Nos asombra con las figuras fantasmagóricas o sobrenaturales en el cerro Huelén, o los rostros siniestros del sanatorio de Mercado Negro. 

El despliegue de la riqueza léxica se luce, además, en el manejo exquisito de la descripción, modalidad discursiva que requiere de una capacidad sensorial y perceptiva aguda y fina para dibujar estas otras dimensiones de la realidad: sin ir tan lejos, la naturaleza que, en Linde, tal vez sea la única verdad para los personajes, el único nexo con algo que se podría llamar realidad; estos se deshacen en ella, encuentran la calma o la liberación en ella, aunque sea con la muerte auto-provocada: “Los ojos los tenía de agua y tierra. La boca repleta de larvas”, nos relata uno de los narradores de Ciudades Vegetales. En Razones Minerales y en El Abandono, el desierto se palpa “En la arena ardiente, en la tierra rocosa, en el tierral abrasador”. La llovizna se siente en el cuento Ha Muerto un Pobre Hombre: “El cielo era un gran lago de aguas grises”. 

Las descripciones son vívidas, sutiles en detalles para retratar la naturaleza, los escenarios, las calles de la ciudad al anochecer, las atmósferas. En el cuento El Abandono –que, para mí, más que un cuento es un proyecto de nouvelle, de novela corta–, sorprende el retrato que el autor realiza de la época. Situado en plena Independencia criolla, describe la sociedad chilena de entonces: la aristocracia y la plebe, los vestidos y los trajes que separan las clases sociales en castas, las costumbres, las ideas políticas, el lenguaje, entre otros ricos detalles. La modalidad descriptiva dibuja, además, los diferentes mundos de conocimientos que aparecen en la prosa de Franulic: el mundo de la farmacología, la astrología, la historia, la música, la estética, la ornitología, la psiquiatría, entre otros. En Linde, las disciplinas escapan a su encierro académico para abrir nuevos horizontes de sentido. 

Linde sale al mundo para ser recreado infinitas veces por cada lectura. El autor dialoga, de esta manera, con sus lectores, lectoras, tal vez con la expectativa de una lectura atenta y desprejuiciada. Sale al mundo también para intervenirlo, cuestionarlo, modificarlo. Linde no es la felicidad declarada, existe el dolor, el desamor, la traición, el abandono, como experiencias de la existencia humana, experiencias además culturales. Los espacios de disciplinamiento, los lugares patriarcales de encierro físico y mental envuelven algunos cuentos y atrapan a los personajes en una muerte social: la academia, el sanatorio, el hospital psiquiátrico en Ciudades Vegetales y en Mercado Negro. La presencia fuerte de la familia en El abandono o en Gallináceas. En el cerro Huelén, se oculta la marginalidad sexual y, en el cuento Las flores, la calle es el lugar en el que se transan los cuerpos. En estos cuentos, la normatividad y los dispositivos de control les roban las esperanzas y los sueños a algunos de los personajes, despojándolos de sus potencialidades, excluyéndolos con el sentimiento de la promesa incumplida: “…se abandona con sus pequeñas palabras a medio articular y con sus sueños más amados a medio realizar”, porque la sociedad disciplinaria necesita doblegar la imaginación para su funcionamiento, dado que es mezquina y mediocre. 

Pese a esto, Linde es un mundo dialógico, porque los puntos de vista, encarnados en las voces de los narradores y personajes, se confrontan o intercambian entre sí. No es una sola voz la que escuchamos en la prosa de Franulic, son varias las voces entrecruzadas. Los personajes argumentan con ellos mismos y con los demás, cambian de parecer o se mantienen tercos en alguna idea. En este sentido, los elementos del género dramático se hacen notar en la narrativa del autor, en especial en la construcción de los diálogos, en el curso de la acción de algunos cuentos que se precipitan abruptamente hacia el desenlace, y en imágenes o escenas casi cinematográficas como la del pueblo abalanzándose sobre la Baronesa o la ronda de mujeres que circunda a Javier hasta marearlo o el salto de Tadeo al centro del gallinero. En esta misma línea, los signos visuales tienen presencias imponentes para cada trama. Pienso, por ejemplo, en la molécula que dibuja Rodolfo en Ciudades Vegetales, o en la ratita del noble Andrés en Contando Silencios, o en las flores artificiales de Joaquín Carnach, o en el collar de perlas negras de la Baronesa, o en el claro del bosque de Javier, o en los rostros oblongos de Geometría Subterránea, o en las gallinas de Gallináceas, entre otros signos, o símbolos, que marcan la escena y la llenan de significados. 

Los personajes de Linde son inolvidables, son presencias con carácter; todos, de una u otra manera, se sitúan más allá de la norma social y sexual: Rodolfo dicta una cátedra fuera de toda convención, la protagonista de Idioma Desconocido investiga sobre la relación lesbiana entre dos mujeres del siglo XVIII, Cedric organiza orgías homoeróticas en el cerro Huelén, la Baronesa del Salitre desprecia despiadadamente a sus hijos varones y tiene de amante a uno de sus sirvientes, Joaquín Carnach busca sexo en una esquina anónima de la capital santiaguina, Javier mantiene amoríos apasionados y sensuales con su primo y con su criado Jorge en medio de la aristocracia decimonónica chilensis, el niño de Gallináceas desobedece a su abuela a la manera extraordinaria de los cuentos de Horacio Quiroga, el protagonista de Mercado Negro prueba drogas nunca antes vistas en medio del manicomio. 

Las clases sociales separan amargamente la existencia humana. Ricos y pobres juegan un papel en la obra de Franulic. La crítica social del autor se desarrolla cuando retrata la hipocresía social, la sociedad mercantil, los valores de la aristocracia, la iglesia y su pervertido sistema de caridad, la academia y su arribismo intelectual, pero no solo esto, los personajes ricos trasmutan a pobres y alteran su visión del mundo, otra vez el dialogismo: sucede con la Baronesa del Salitre y con los protagonistas de los cuentos Lata de Sopa y Ha Muerto un Pobre Hombre. La Baronesa se humaniza cuando su aspecto, por marcadas vicisitudes, cambia al de una mendiga harapienta. En Ha Muerto un Pobre Hombre, el narrador juega con la polisemia de la palabra “pobre” y son los criados, los pobres, los que terminan diciendo del patrón putrefacto “Fue un pobre hombre”. En el microcuento Lata de Sopa, el protagonista también trasmuta a mendigo y mira el mundo desde este nuevo lugar, el de un clochard parisino que observa a la burguesía pasar y que lo avasalla “…con sus cortantes palabras de ocios modernos, de falsas pasiones, de ingenuas rebeliones”. 

La homosexualidad se expresa de manera cabal en la serie de cuentos titulada Amores Inacabados. Las relaciones entre varones cruzan las clases sociales, la institución profesor-estudiante y la familia; transcurren anónimamente en la calle o en un cerro, o en mundos culturales, artísticos e intelectuales: el aula, un concierto, un congreso. En algunos casos, constituyen relaciones idealizadas, sublimadas; en otros, son sensuales, apasionadas, amorosas o descarnadamente sexuales. En este tópico, también el autor nos envuelve con sus descripciones y metáforas para relatar, retratar el homoerotismo. Percibo, en el relato homosexual de Franulic, una propuesta a la que habría que descubrirle su propia genealogía literaria, atisbo un lenguaje distinto que comprende la homosexualidad varón como parte del tejido de la existencia humana. Los personajes viven o habitan su homosexualidad abiertamente, sin tapujos ni controversias. Solo Javier sufre el destino trágico de la homofobia chilena y decimonónica; solo Rodolfo es un homosexual enclosetado que usa de pantalla a su esposa, la que, consecuentemente, en el cuento, se reduce a una metonimia: es un retrato en el escritorio del académico. 

La burla a la institución heterosexual, aun cuando no sea declarada, se realiza, a mi modo de ver, mediante el lesbianismo. En este aspecto, el autor nos ofrece una nueva sutileza, la de diferenciar la relación lesbiana de la relación homosexual, evitando así el burdo inclusionismo y alterando la visión androcéntrica que nos habla en un falso lenguaje universal. En Linde, está presente la diferencia sexual y su potencia: la relación entre mujeres, experiencia femenina irreductible, está relatada en la serie Trasgresiones y Trascendencias, y no es un detalle menor que el autor haya elegido este subtítulo para agrupar este conjunto de tres cuentos. La Baronesa del Salitre de Razones Minerales, cuento que inicia la serie, es, según mi interpretación, una mujer que ha sido víctima de la trampa igualitarista; por supuesto que nos simpatizan su desparpajo y sus liberalidades, y nos enternece y empatizamos con su proceso de humanización, de feminización diría yo. Tampoco es un detalle menor que en el cuento Algo de la Galaxia el autor introduzca el lenguaje de las estrellas en la voz de una mujer, la protagonista astrónoma. 

Pero la libertad se dibuja claramente en Idioma Desconocido, el único cuento, quizás, donde el autor nos convida una salida frente a esta sociedad deshumanizada, y no me parece un detalle menor que sea el único relato que termina francamente feliz. Escrito en primera persona, otro detalle insoslayable, la protagonista de Idioma Desconocido se siente plena: “Me vuelvo a reír. La playa está preciosa, el mar muy tranquilo. Una mujer, un poco más allá, me sonríe coqueta. Más me río, con la cara mirando al sol.” 

Andrea Franulic 

Santiago, 26 de enero 2016 

 

El “Linde” de Fernando Franulic Depix. Reseña de Fernando Quilodrán.

Critica.cl 

02/04/2020 

Introducción del autor 

La muerte de Fernando Quilodrán (1936-2017) me tomó por sorpresa y con mucho pesar, entonces, este texto de reseña crítica también tuvo su duelo: no deseaba publicarlo de forma inmediata. Fue uno de los últimos textos de Quilodrán, quien fuera una figura clave de la narrativa y la poesía chilenas, además de Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile en el período de la transición a la democracia, y cuyas palabras me honran con su bello análisis. 

Fernando Franulic 

 

Linde-portada

Linde, de Fernando Franulic Depix, Santiago de Chile, Del Aire Editores, 2015. 

Cuentos chilenos contemporáneos, 
literatura homoerótica, 
cultura del límite, 
narrativa de la transgresión. 

  

TRECE RELATOS COMPONEN ESTA obra de Fernando Franulic Depix, organizadas en cuatro secciones: “Amores inacabados”, “Pequeñas fabulaciones”, “Trascendencias y trasgresiones” y “Caer”. 

Lo primero que se debe consignar es que estamos ante un escritor de oficio seguro, de prosa gentil, en el sentido de la no incurrencia en argucias de gusto dudoso; y de una imaginación que a pesar de su desbordancia se disciplina en los límites del género narrativo. 

A primera vista, se trataría, simple e indistintamente, de una manifestación de lo que se podría catalogar como “literatura homoerótica”, lo que plantearía el problema de si tal subgénero existe. Pero aquí hay más que eso: una abundancia de temas, situaciones y personajes que no sólo exceden cualquier ámbito restringido, sino que son la expresión artística de un universo conformado por la infinita variedad de lo real. 

Se trata, sí, en buena parte de los textos, de aquel amor que “no se atreve a decir su nombre”. Y que aquí, en estas páginas, sí se atreve. 

Pero, ni esto basta para categorizar una obra, ya sea literaria o de otra cualquiera disciplina o manifestación artística, ni sería legítimo el aplicarle métodos o formas de acercamiento distintas a las que alguna visión reduccionista podría proclamar “normales”. 

Tal vez nos ayude a una mejor asimilación de este conjunto, el considerar que su autor lo presenta bajo un título sugerente: “Linde”. Se trataría, pues, de un ensayo sobre los “límites”, aquello que demarca territorios. ¿Literatura de la exclusión, una exclusión, por decirlo así, “originaria”, y por ello se nos invita a terminar con la disimulación que oculta a los individuos cuando actúan en el mundo? 

El ser humano se nos aparecería –siguiendo el “libreto” de Franulic– como un enigma por descifrar. Y para ello, el recurso a la literatura. Y también podríamos concluir que el autor escribe para sí mismo, y asume una responsabilidad que lo sobrepasa, en la misma medida en que entrega el fruto de su lucha obsesionada para que otros –nosotros, sus lectores– hallemos el camino de la libertad. 

Conjunto abigarrado, con personajes casi siempre asomados a un límite que se abre a un abismo; ejercicio de una catarsis ofrecida como el único método de conocimiento de la realidad, porque ésta es irremisiblemente cruel y extremada. 

“Razones minerales” se titula un relato particularmente logrado. Bien se podría titularlo “La Baronesa”, porque ésta es el gran personaje. Aquí, la pluma se mueve con seguridad: es el apretado y elocuente mosaico de clase, los prejuicios aristocratizantes, el culto a la propiedad en todas sus formas, la soberbia y el desprecio y el asco ante cuanto suene, huela o se vista de pueblo. Pero, además, en el caso particular de La Baronesa –rasgo que por lo demás estará presente en todo este corpus narrativo– el desprecio a los débiles, a los mal dotados por la naturaleza en lo físico como en lo intelectual y emocional, lo que no excluye la compasión o la simpatía hacia esos seres en indefensión. 

La Baronesa es un ser de extrema coherencia, y su deslizamiento hacia un fin –además de inesperado– ocurre por razones si bien azarosas, profundamente vinculadas a ese mundo real que la vieja señora creía conocer y dominar. Un irónico desenlace, tanto inesperado como ejemplarizador, cierra de manera magistral lo que de no mediar las circunstancias de la simple y cruda realidad, bien podría tomarse por la licencia de un buen autor en la difícil gestión de desprenderse de su mejor personaje. 

Pero la pieza mayor de este conjunto, titulado “El abandono” –el más extenso, además– si presenta las mayores dificultades al lector, exige la mayor pericia a su autor. 

Estructurado en distintos planos espaciales y temporales, el conflicto pareciera sintetizarse en la contradicción entre la ley y la naturaleza. En otras palabras, entre el ser, el individuo, y las ordenanzas que lo restringen y determinan. 

Personajes fuertemente determinados por su tiempo y su clase, enfrentan prejuicios y costumbres y valores que estarían fuera de toda objeción. El mundo es así, y basta. 

Amores apasionados tal vez en la misma medida de su condición marginal, o “ilegal”, son la sustancia de existencias desgarradas pero empecinadas en cumplirse como tales. Y la cruda realidad cobra sus fueros. 

Una rigurosa reconstitución histórica, radicada en una familia celosa de su estirpe y de su fortuna, nos proporciona el marco de una época signada por las luchas independentistas de nuestro país, y ello en el marco más inclusivo de un mundo que viene saliendo, en Europa, de las guerras napoleónicas y su necesario impacto en la periferia de los imperios centrales. 

Asistimos en estas páginas a un contrapunto alucinante entre la realidad y el ensueño. El recurso onírico se revela eficaz para el despliegue de la personalidad de uno de los protagonistas centrales. 

Finalmente, triunfan “la razón” y el buen sentido burgués a favor de la absoluta impunidad con la que se cumplen las exigencias del “decoro” y los intereses de casta. 

Franulic es un buen observador y un agudo investigador de ambientes y disciplinas varias. Así, nos introduce en escenarios musicales, científicos, entre otros. En más de una ocasión, el relato parece bifurcarse hacia el ensayo, y ello en forma solvente. 

En “Idioma desconocido”, de la sección “Trascendencias y trasgresiones”, hallamos una suerte de “arte narrativa” del autor: “Siempre me ha interesado un problema: la diferencia”. Y agrega o aclara que se trata de lo que “se ha llamado la otredad”. Y eso obsesiona a la personaje autora de este relato-confesión, como todo evidencia que le ocurre al “autor mayor”, al responsable de mover los hilos de la ficción: el autor que nos convoca esta tarde. No podemos, en mérito al tiempo, aludir a complejidades teóricas, como cierto rechazo del personaje a aceptar como criterio normativo, “motor de la historia”, a “la división de clase”. Pero ello testimonia de la amplitud de la mirada del autor. 

Variado registro, ya está dicho, en el que llaman la atención un relato titulado “Gallináceas”, así como “Ha muerto un pobre hombre”. 

Todos ellos confirman la emergencia de un escritor comprometido con su oficio, que asume la dura carga de entregar un testimonio desnudo de una realidad que lo ha conmovido hasta el extremado riesgo de la creación. 

La Chascona, enero de 2016. 

 

Presentación de Julia, quiero que seas feliz

Bibliotecaixchel.blogspot 

13/07/2013 

Julia, quiero que seas feliz es un libro que se lee en varios planos, los cuales componen un texto múltiple, donde algún ojo convencionalista intentaría domesticar los trazos: ¿se trata de un libro analítico?, ¿es una obra de teoría?, ¿se podría decir que es llanamente un texto literario?, ¿o es, en último término, un libro que contiene los tres componentes? 

Preguntas que nacen al pasar por las páginas del libro, aunque responderlas emprobrecería un discurso reflexivo y un conocimiento que se experimentan con esta escritura de variadas dimensiones, las cuales son una expresión poderosa de la multiplicidad de la vida – aquella “buena vida”. Como punto de arranque, se trata de unas reflexiones y un saber que se manifiestan y adquieren un cuerpo, un cuerpo sexuado, histórico y pensante: partiendo con una entrevista sobre la muerte y terminando con las Cartas de Julia, es Margarita quien nos entrega los planos de su pensamiento que han surgido por su actuancia feminista y, luego, por su propuesta del Afuera, e incluso más allá, podríamos decir que por sus vidas, por las formas que ha tenido de tocar la vida. 

Las Cartas de Julia constituyen un amplio conjunto de saberes críticos sobre la feminidad y sus trampas. En otras palabras, las Cartas de Julia son un ejercicio que se enmarca en una propuesta de cambio civilizatorio. Salir de la lógica amorosa-romántica y desmontar la pareja, implica, por un lado, romper con los mandatos de la cultura dominante y sus ideologías, y por otro lado, proponer una nueva forma de relacionarnos, desde una perspectiva distinta a la del dominio. 

Autora: Margarita Pisano 

Libro : Julia quiero que seas feliz 

 

El Chacal de Nahueltoro: ¿transgresión premoderna o moderna?

Cyber Humanitatis 35 (Invierno 2005) 

Fernando Franulic Depix. 
Candidato Magíster en Historia, Universidad de Chile 

Lo que quisiera proponer en este Coloquio en Homenaje a Michel Foucault no deja de ser una excusa para hablar de temas que apasionan y que constituyen, desde mi punto de vista, sendos nucleos teóricos sobre el destino y la estructura de la cultura vigente: el lenguaje, la existencia, la muerte. Temas de los que por cierto Michel Foucault dejó un camino luminoso. Y en estas reflexiones encontré una via para analizarlos desde nuestra realidad; esa via me parece que emerge de los signos que entrega la película de Miguel Littin El Chacal de Nahueltoro (1968-1969), signos que son sin duda la misma biografía colectiva chilena. 

De los muchos análisis que se pueden hacer sobre América Latina desde la perspectiva de Michel Foucault, me he decidido a estudiar esta película porque creo que sintetiza la trayectoria de los sujetos populares y la historia social del desarraigo y la pobreza. En este sentido, estamos en presencia de una película “histórica”, no sólo por sus imágenes culturales bien logradas y su reconstrucción minuciosa del caso, sino además porque las tesis que sustenta el filme pueden ser fácilmente corroboradas por vastas investigaciones que han planteado las disciplinas de la historia y la antropología. Una película hasta cierto punto “historiográfica”. 

De ahí que el título de mi ponencia no sea sólo una pregunta un poco retórica, creo que un análisis de este material fílmico se acerca a aquello que Miguel Morey acusa que producen los textos de Foucault: generar una etnología interna de una sociedad cuando se la estudia en su pasado, es decir, como una cultura temporalmente otra. Entonces, se trata de situar este acto transgresivo en su propia estructura de signos, aportando a una discusión un tanto olvidada, que no es el debate posmodernidad/modernidad, sino el debate premodernidad/modernidad. 

El filme explícitamente declara que tratará, se ubicará “en cuanto a la infancia, andar, regeneración y muerte de Jorge del Carmen Valenzuela Torres”. Pero ¿quién es Jorge del Carmen Valenzuela Torres?. Un sujeto que se hace llamar también José del Carmen Valenzuela Torres, José Sandoval Espinoza, José Jorge Castillo Torres. Un sujeto que es el autor confeso del asesinato de una madre y sus cinco pequeñas hijas en 1960. Pero a Jorge Valenzuela también le dicen “el campano”, por esas flores entre amarillas y anaranjadas, muy pequeñas, que crecen a lo largo de las vias del tren, de esos trenes que recorren el sur. Este nombre le acomoda, le causa simpatía, quizás por la belleza de las flores, quizás porque los trenes, o más bien sus vias, lo acompañarán durante toda la vida. Fue en la cárcel de Chillán donde le pondrán sus otros nombres: “el canaca, el chacal de Nahueltoro”. A él ya no le gustan esos nombres. 

La película nos muestra el crimen en su dimensión brutal, y no podría ser de otro modo, ya que los acontecimientos son relatados a partir de informaciones de prensa de la época, de entrevistas realizadas por los periodistas, y del expediente, actas y documentos del proceso que la Justicia chilena sustanció a Jorge del Carmen. Son fuentes formales, que desnudan el crimen hasta dejar la esquelética presencia de la muerte dada. De ahí el éxito del equipo que dirigió Miguel Littin, hacer del crimen un análisis de la existencia simbólica de Jorge Valenzuela y, a la vez, una obra de arte. 

Pero en los eventos de Jorge del Carmen está sólo, no hay modernidad estética ni vanguardia. Y esencialmente sólo, que de alguna manera es la constante de su vida. En su andar la tierra encuentra a la mujer campesina, Rosa. Fue de casualidad que llega al rancho de ella y sus cinco hijas. Su esposo que era inquilino en ese fundo en San Carlos murió hace muy poco y ella, producto de aquella muerte sospechosa de seis puñaladas y por la presencia del afuerino, es lanzada violentamente con sus cosas fuera de los límites del fundo. Quizás hubieran podido juntos buscar un nuevo lugar donde asentarse con un rancho. Quizás no volverse a ver. Pero a las cinco de la tarde de aquel dia gris, el afuerino se violenta, se excede y mata a la mujer y sus cinco hijas. Ellos estaban discutiendo y bebiendo vino. Así queda establecido en la reconstitución judicial del asesinato múltiple, la prensa, el juez de la causa, la policía, la multitud enfurecida: el resto son tan sólo signos gestuales, no palabras. El gesto por el cual Jorge Valenzuela transgrede los cuerpos para llevar la conciencia y el lenguaje a una ausencia absoluta. La muerte violenta. 

* 

Michel Foucault se pregunta sobre cuál es la existencia de la transgresión, la naturaleza específica del acto transgresivo1. Y creo que esta reflexión está a la base de gran parte de su filosofía, como una sombra de la que tenía que dar cuenta. El sentido simbólico del acto transgresivo se establece en relación al ser del límite, a la verdad limitada que constituye la existencia humana. Esta verdad primaria tiene que ver con la presencia de las formas sagradas y cómo la cultura se estructura a partir de ellas, a partir de la figura de Dios en las sociedades cristianas como la nuestra. 

Así, los grandes límites de la cultura vigente se han creado producto de la estructuración sagrada de la vida social, que se concretiza en las normas culturales sobre el cuerpo, sobre el lenguaje, sobre la sexualidad, sobre la conciencia. 

Pero la modernidad ha traido como una de sus consecuencias el desencantamiento del mundo y la profanación de las figuras sagradas, la muerte de Dios. La transgresión de las formas sagradas que funda, según Foucault, la experiencia moderna, nos ha restituido al espacio subjetivo, al lenguaje, al código, pero es una experiencia de lo imposible porque no llegamos a la presencia de lo ilimitado que el límite de Dios contenía. 

¿Cuál es la estructura del acto transgresivo?. Ya he planteado que el acto transgresivo compete a la existencia de un límite. Para Foucault la transgresión y el límite no son nada antes y después de su encuentro, son en la cópula, en el momento del sacrificio del sujeto cognocente, del éxtasis y de la comunicación. 

En este sentido, la transgresión de Jorge Valenzuela parte con el sacrificio de sus víctimas: es liberarse por un momento, llegar a tener una existencia ilimitada por el desplazamiento violento del límite, del cuerpo y la vida como objetos sagrados. El éxtasis es el estado de Jorge del Carmen al sentir el delirio violento, que se abre en el más allá de las cosas profanas. La comunicación es la continuidad que proviene de la pérdida, de la fractura de esa existencia ilimitada que por un momento tuvo. ¿Cuánta comunicación va a tener Jorge Valenzuela luego su criminal acto?. 

La transgresión y el límite en su relación no hacen más que establecer una medida, una elipsis, una distancia que separa a ambos seres y el espesor que existe en esa distancia. Es una elipsis ya que el límite se va cerrando a medida que el acto transgresivo avanza en su capacidad de deslimitar, de desestructurar, volviendo nuevamente al momento de su irrupción, este trazo de espiral agota todo el ser de la relación entre transgresión y límite. 

Aquí Foucault cree encontrar los principios de una afirmación no positiva. La transgresión es sólo afirmación de la partición, de que existe tal partición, del hecho que desde su origen el acto transgresivo exista en tanto límite. No hay afirmación de contenidos en este acto, como tampoco hay negación. Sólo que la partición existe. 

Es dificil llegar a precisar el simbolismo de la sangre implicado en esta transgresión, pero claramente no parte de la experiencia moderna, sino más bien llega a ella. En la violencia contra la vida y el cuerpo el “canaca” intenta romper con ese Gran Límite, un indefinido de situaciones y condiciones, de rostros y cuerpos grotescos que conforman ese Otro, esa Otredad que no lo constituye, que se anida en él mismo, que no le permite poseer (un sujeto), que no le promete nada salvo el deber (con los padres-patrones). La existencia hecha a partir de un límite indiferenciado, mudo, gris que lo lleva a perderse de su propia individualidad. ¿Por qué “canaca” quisiste matar a Dios?. ¿Y por qué lo mataste en la figura de la mujer, las mujeres?. En ese sentido, ¿cuánta de esa rabia es también la rabia estructural hacia la madre sóla de la cultura campesina?. Lo que parecía un límite indefinido resultó ser unos límites muy concretos. La doble partición existe: la vida y la muerte, por un lado, y la madre y el huacho, por otro. Un éxtasis violento que sacrifica imágenes culturales muy poderosas: una distancia muy espesa se cierne de nuevo sobre su gesto simbólico. 

* 

Estas son mis hipótesis de trabajo. ¿Cómo sustentar estas ideas sobre el simbolismo asociado a su crimen?. Se puede partir con el relato que entregó Jorge del Carmen en su reclusión en Chillán, una vez que su voz ya no es tan entrecortada, cuando comienza su proceso penitenciario. Señala que sus recuerdos más antiguos son de los seis años, cuando habitaba con su familia una ramada al interior de un fundo en San Carlos donde su padre trabajaba como afuerino. A la edad de ocho años se ve lo que es quizás la decisión precipitada y precoz, pero no por ello menos importante de su vida: salir a andar la tierra. 

Desarraigarse es, según las investigaciones de Gabriel Salazar, una parte central de la vida campesina y popular2. Es el proceso por el cual el sujeto se constituye en “peón-gañán”, o más bien el individuo constituye un sujeto social que es el peonaje, que no sólo implica una estructura socioeconómica que permite y fomenta el desarraigo, sino que también genera configuraciones culturales y genéricas sedimentadas. Esta individualidad es la que recoje Sonia Montecino, señalando, al igual que Salazar, que el huacho se constituye en dos procesos: por un lado, está la idea de que se debe dejar el status de “hijo”, se debe abandonar esa presencia tan fuerte de la madre y la parentela femenina, y por otro lado, está la ausencia del padre, cuando es el patrón, o la presencia de un padre errabundo y derrotado, cuando es un gañán, o sumiso y obediente, cuando es un inquilino, pero siempre es un personaje difícil y contradictorio. Es así que el huacho decida salir de la familia porque ésta es un proyecto fracasado, que lo asfixia, además de la necesidad de reafirmar el masculino con los otros huachos y gañanes. Para terminar reproduciendo la misma estructura genérica, el mismo patrón de padre ausente. Así Jorge del Carmen decide salir de ahí, andar los caminos, porque es su destino caminar y ser un huacho, y sin duda hay mucha rabia estructural en su crimen. Es un crimen específico contra la figura de la mujer. 

Cuando le preguntan sobre qué hacía en la isla del rio Ñuble, él responde que “estar”. Sí siempre se puede “estar”, pero para estar hay que estar en algún lado, y ese pedazo de tierra, ese rancho, ese arraigo es el que le falta al gañan. De ahí esa elección existencial de no estar en ningún lado. De ahí que siga caminando para encontrarse, más caminos, más vias de tren. Y el vino, la chicha para emborracharse hasta no encontrar rastro de limitaciones. Pero se es pobre. Y hay una pobreza que es esencial: el socavamiento del lenguaje. Desde niño. Desde que los cabos lo encontraron en San Fabian hay silencio. No hay escuela. Hay trabajo por comida. Nadie habla en esta fiesta del vino. Nadie habla en este camino. Sólo rostros, gestos, cuerpos. 

Pero Foucault nos dice, nos llama la atención que en estas ausencias de lenguaje se encuentra una experiencia del límite que ayuda a conformar el nivel de la cultura dominante. Sobre esos lenguajes impresisos la cultura realiza la partición. Y ahora cito a Foucault: “La plenitud de la historia no es posible sino en el espacio, vacío y poblado a la vez, de todas esas palabras sin lenguaje que dejan oír a quien presta oído un ruido sordo debajo de la historia, el murmullo obstinado de un lenguaje que hablaría completamente solo”4. 

Y José en este caminar también va muriendo, pero de muertes simbólicas, muertes parciales, quiebres primero con su familia, luego una balsa que nunca alcanza la otra orilla, ya se es adulto y las formas sociales lo socavan, partiendo por un lenguaje que lo desposee porque no le pertenece; el lenguaje como un campo social sin origen sin sujeto5. De ahí la pregunta certera de Deleuze: “¿Qué nos queda, pues, sino pasar por todas esas muertes que preceden al gran límite de la muerte propiamente dicha, y que todavía después continúan?”. 

Esto es lo que llamaré devenir estructural, para referirme al proceso mediante el cual José desarrolla su inserción en las formas simbólicas, sujeto particular que ya sabemos su origen y que sabemos su final, por lo que no es dificil decir que se trata de un marginal cuya existencia misma está a la base de las particiones sociales de la cultura tradicional chilena, y por tanto cuya marginalidad social y cultural le impondrán aquellos quiebres subjetivos, aquellas muertes simbólicas. ¿Cuál es entonces el devenir estructural de José?. Para esto vuelvo a citar a Deleuze: “La vida ya sólo consiste en ocupar el emplazamiento que nos corresponde, todos los emplazamientos, en el cortejo de un ‘se muere’”6. Un devenir estructural que implica lo siguiente: la pobreza y la exclusión, el huacharaje y la rabia social, la falta de socialidad y de trabajo, y sobre todo un obscuro manejo del lenguaje que lo hunde en esa indiferenciación de la vida miserable. 

Jorge del Carmen luego de su crimen, cuando es captado por el sistema, se encuentra en una comunicación, en una continuidad dada, en un primer momento, por el límite que transgredió y que sin embargo se cerró dejando sólo la existencia de la sociedad como unidad moral, y posterior a eso, el encuentro con su lenguaje, que comprende que no puede pertenecerle. 

Es con la institución penitenciaria cuando se le da un status de persona, en el sentido moderno del término, pero también dicha institución le va a dar muerte, la muerte real. Uno a uno se suceden: higiene, deporte, religión, instrucción, trabajo. Para terminar con una firma de su sentencia de muerte en una hoja blanca brillante, donde no se distingue nada, más que el gesto de extrañeza de la funcionaria; sólo el brillo, el fasto de la soberanía del aparato de justicia. Las preguntas foucaultianas bien vienen aquí: ¿qué sabe?, ¿qué puede?, ¿quién es?. 

Es el triunfo de la modernidad penitenciaria y judicial. Pero ¿de qué modernidad estamos hablando?. Sin duda, no es la modernidad panóptica del Foucault de la década de 1970, ultrasofisticada y cientifista, que controla el cuerpo a la perfección para posibilitar una conciencia adecuada para prestar utilidad política y económica a la sociedad7. Sino más bien se trata de una modernidad primera, primaria (decimonónica) de la sociedad chilena, aquella que fundó la oligarquía componiendo elementos tradicionales, coloniales sobre el poder socioeconómico con una serie de discursos modernos sobre el manejo institucional de la sociedad y el progreso cultural. En el plano penal, ésta se plasmó en las instituciones penitenciarias que combinaban sólo ciertas cosas de un control disciplinario moderno con formas arcaicas de instrucción religiosa y trabajo artesanal para conducir a una intimidad culposa y redimida del reo8. Esa es la modernidad que cumple sus funciones, que triunfa desde el lejano siglo XIX a la década de 1960. 

Y como todo buen drama, al final los nudos se desatan –un sacerdote que aconseja, un juez que sentencia, un capitán que habla del fucilamiento, un periodista que compone el relato, una comunidad de reos que se entristece-. Todo menos el motivo, la motivación del crimen: “La defensa del reo Jorge del Carmen Valenzuela expone que la ausencia de un motivo que justifique la actitud del reo en los delitos de homicidio y lesiones graves debe indagarse sobre la personalidad del reo y sus antecedentes los que indican que desde niño tuvo una vida miserable de sufrimiento y malostratos, ambiente que formó una personalidad anormal que lo hace reaccionar en forma violenta, distinto a una persona normal, sin respeto al orden y la moral”. 

Y cuando se acerca la madrugada en que se va a cumplir la muerte institucional, sobreviene el surrealismo, un surrealismo lúgubre. El periodista le pregunta al Juez, una vez que la sentencia ya está confirmada, si está seguro que Jorge del Carmen es la misma persona que José. El juez le dice “Claro, si incluso tiene un hermano que se llama José”. “Pero el cúmplase presidencial dice José”. “No si es un nombre que él usaba con mal propósito”. Son también los sueños de José: aparecen tres imágenes; en una está tomando con la mano el pecho, “Aquí me van a disparar”, en otra está sentado en la cama de su celda, “Aquí duermo”, y en la tercera está sentado en una silla, con los ojos vendados y sonriente, “Así me van a matar”. 

Se produce una subjetividad. El enunciado siempre se escapa a su enunciador, es lenguaje desplegado que constituye un infinito de posibilidades, un ilimitado de significación. El sujeto se disemina en la abertura del lenguaje9, ya que este es la “transparencia recíproca del origen y de la muerte” en palabras de Foucault. El lenguaje como campo social indica tanto una falta de origen como un funcionamiento independiente del sujeto. Primero a José esta diseminación lo lleva a una desposesión. Es el Otro indiferenciado que lo aplasta y al cual se rebela para darle muerte. Ahora, y sólo en la cárcel, él logra formar una subjetividad. Para Foucault el tema de tener una subjetividad no es gratuito, no es automático, es un complejo proceso por el cual el individuo pliega en su interior ese afuera que el lenguaje representa, genera una pequeña fisura a pesar de los campos magnéticos del poder y el discurso. Para Deleuze la obra de Foucault es una reflexión constante sobre el pliegue. 

Un lenguaje que como institución social no le pertenece pero que puede volcar hacia dentro. Esta cualidad del lenguaje es la que José experimentó como una exterioridad desplegada hacia si mismo, construir una subjetivación, un pliegue. Llevar el lenguaje a esa falta de origen pero en el interior de si mismo, como un pliegue subjetivo que causa el pensamiento. 

José vivenció ese pliegue como la posibilidad de soñar, de ver su historia, de inventar una historia. Sí, se encontró en el camino. 

“Padre, cuando hice lo que hice…”. Y se interrumpe con unas risotadas de una cena de abogados y periodistas pero que están en otro lugar. Y él no termina la frase. Comienza a cantar: “la reja, el calabozo, cubierta de luto está…”. 

1 Foucault, Michel. “Prefacio a la Transgresión”. Entre filosofía y literatura. Barcelona, Paidós, 1999. 

2 Salazar, Gabriel. “Ser niño ‘huacho’ en la historia de Chile (siglo XIX)”. Proposiciones N°19, julio 1990. Montecino, Sonia. “Madres y huachos”. Ediciones de las Mujeres N°16, Isis Internacional, 1992. 

4 Foucault, Michel. “Prefacio (1961)”. Entre filosofía y literatura. Barcelona, Paidós, 1999, p. 125. 

5 Barthes, Roland. “La muerte del autor”. El susurro del lenguaje. Barcelona, Paidós, 1994. 

6 Deleuze, Gilles. Foucault. Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 126. 

7 Cf. Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. México, Siglo XXI, 1998. 

8 Cf. León, Marco Antonio. Encierro y corrección . La configuración de un sistema de prisiones en Chile. Tres tomos. Santiago, Ediciones Universidad Central de Chile, 2003. 

9 Ver Foucault, Michel. “El pensamiento del afuera”. Entre filosofía y literatura. Barcelona, Paidós, 1999, p. 298. 

 

Las casas de objeto público: Interior y exterior de un modelo de control social-urbano (Santiago de Chile, siglo XIX).

Revista Electrónica DU&P. Diseño Urbano y Paisaje Volumen II N°5.
Centro de Estudios Arquitectónicos, Urbanísticos y del Paisaje
Universidad Central de Chile.
Santiago, Chile. 2005

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La felicidad y el placer de descifrar lo complejo

“Yo, El Arcaico: (o las inscripciones en la piedra: poesía, cuento, dramaturgia)” es el segundo libro publicado del escritor antofagastino, Fernando Franulic Depix, “en este caso, un típico libro electrónico que se puede bajar y comprar desde La Komuna con K, ahí está alojado”. 

Así comienza nuestra conversación con el también columnista del Diario La Quinta, licenciado en Sociología y Magíster en Historia de la Universidad de Chile, con una tesis doctoral que estuvo preparando en París, pero no pudo terminar por razones de salud. 

Yo, el arcaíco  se concibe después de Linde, un conjunto de 13 relatos publicado también por Del Aire Ediciones, “que en ese caso fue un formato de papel, por lo tanto, es otra la forma de distribución de compra, de acceso al texto”, comenta Fernando. 

«Yo, El arcaico podría haber sido el primer libro, por su título, por su contenido de lo primigenio, lo primitivo, etcétera, pero resulta que el primero se llama Linde, que significa límites, linde es un límite, porque en ese texto hay mucha transgresión, hay muchas situaciones extremas, experiencias límites, que vienen de los personajes del cuento”, agrega su autor. 

Tu segundo libro publicado reúne varios formatos literarios… 

-Hay dos géneros básicos de la literatura: son la poesía lírica y el teatro trágico. Yo el arcaico trae esas dos cosas, o sea, poesía y dramaturgia, aparte de cuentos varios que coleccioné por ahí, es decir, que escribí y que los incluí, y una introducción que plantea sobre todo el tema de la discontinuidad del ser, de la discontinuidad de la persona moral, de la personalidad finalmente y, por qué no, la posibilidad de que todos los días no seamos uno mismo siempre, sino la posibilidad de tener múltiples facetas de ser. 

Hay un breve ensayo, prefacio, luego vienen los cuentos, luego viene un conjunto de poesías y poesías bien sentidas por mí del sentido original, como diría María Zambrano, es decir, poesías que tienen que ver con mi infancia, poesías que tienen que ver con mi parte más arcaica, con mi parte más íntima de mi socialización, de mi aprendizaje social para convivir con esta sociedad de consumo y, por último, dos obras de teatro, dos obras dramáticas mejor dicho, que son una muy breve, la segunda es -yo diría- el fuerte de este texto. 

Te refieres a “Amor pájaro», cuya trama se desarrolla de una manera distinta a la que estamos acostumbrados…  

-En este texto dramático, trágico, la trama no va montando intensidad hasta llegar al clímax y luego el desenlace. En el caso de “Amor Pájaro”, se trata de que hay dos clímax y una meseta: primer acto tiene un clímax particular, después el segundo acto tiene una meseta y el tercer acto es otro clímax. 

Es bien intenso ese texto, de su interpretación, de lo que trata de decir, y la idea no es simplificar las cosas. Pienso que la complejidad de las cosas, cuando se resuelven, llega un momento de paz, de armonía y de regocijo. 

Te has dedicado a la investigación y las letras, la literatura, desde 2009… 

-Y seguiré esa senda. La escritura me produce placer, la escritura para mí es como una especie de remanso, una especie de ensueño, de soñar despierto. Y esa alegría que produce el escribir quisiera traspasarla a la lectora y el lector, que también vive una especie de proceso -podríamos decir- proceso de desciframiento y desde ese desciframiento de lo complejo tiene el ejercicio de leer y de dar un estado de alegría o de felicidad, que cuando sea leído bien el texto y cuando se ha reflexionado a partir del texto, eso le produzca, como digo, felicidad, placer, empatía. 

 

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